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La fineza de Sir Barry Douglas

Director y pianista, su conducción de los conciertos escogidos fueron muestra y confirmación del que ha sido una de la más notables visitas del último tiempo en Chile.

15 de Septiembre de 2008 | 12:02 |
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Un legítimo Sir en Chile. Barry Douglas sorprendió con la decisión en su forma de enfrentar conciertos de Mozart y Beethoven.

El Mercurio

Sorprendente bajo todo punto de vista resultó la presentación de Sir Barry Douglas junto a la Orquesta de Cámara de Chile, en el marco de la Temporada Fernando Rosas de la Fundación Beethoven, pues nos permitió conocer a un gran pianista a la vez que excelente director.

Su amplia trayectoria en ambos campos, le permitió ofrecer un excelente concierto ante el exigente público del Teatro Oriente, dando muestras de una cuidadosa preparación que se tradujo en un notable y musical afiatamiento entre la orquesta y Douglas en su doble rol de pianista y director.

Al inicio de su presentación la Obertura de la ópera “Don Giovanni” de Wolfgang Amadeus Mozart, consiguió un hermoso y noble sonido del conjunto durante la introducción. Luego, en la sección allegro, sobresalió la transparencia de los fraseos debido a las articulaciones marcadas para las diversas familias, así como los precisos contrastes en un balance sonoro perfecto.

Luego, Sir Barry Douglas asume el rol de pianista y de director, interpretando el “Concierto N° 25 en Do mayor para piano y orquesta, K 503” del mismo Mozart. En él consiguió una enorme claridad en las diversas líneas melódicas de la orquesta, así como en su interacción con el piano. Destacaremos además la técnica del mejor nivel que posee Douglas, la que pone al servicio de su musicalidad en una interpretación tan expresiva que ya es posible avizorar los nuevos tiempos que impondrá el joven Beethoven en sus primeros conciertos de piano.

Tres tiempos magistrales

En el primer movimiento se percibieron bellos detalles de interpretación en la orquesta,  que se correspondían perfectamente con la intencionalidad de Douglas como solista. La “cadenza”, que no fue la habitual, fue resuelta en forma virtuosa y brillante, en un estilo casi romántico. El segundo movimiento fue expresivamente sensible, con carácter “cantabile” en los transparentes diálogos entre el solista y la orquesta. Y en el tercero, a la claridad de la orquesta Douglas responde con un distintivo manejo de las voces de la mano derecha e izquierda, realizando un verdadero juego con la orquesta en los contrastes de bellísimos “piano” y precisos y ajustados “forte”. La estupenda interpretación sacó los primeros gritos de admiración del público.

Un  desafío mayúsculo venía en la segunda parte, cuando se interpretó el “Concierto N° 5 en Mi bemol mayor, Op. 73” de Ludwig van Beethoven. Un desafío que corresponde a una obra plagada de cambios de pulso, con ataques orquestales que exigen gran precisión, tanto como la exigencia de un concepto unitario en cada una de las inflexiones que aparecen a lo largo de ella.

En la obra quedó una vez más en evidencia el puntilloso trabajo de Douglas con la Orquesta de Cámara de Chile, porque si bien este conjunto es de cámara, consiguió un sonido de mucho mayor peso, y sólo en escasos momentos se evidenció el pequeño número de sus integrantes. Douglas tiene un concepto claro y macizo de interpretación, que fue trasmitido a los músicos, logrando un resultado del más alto nivel.

Ya en la enérgica introducción, apareció su concepto romántico de gran vuelo melódico en sus diálogos entre solo y orquesta. Luego, en el extenso fragmento que le sigue y donde el conjunto expone los temas, el rendimiento de cada integrante de la orquesta fue siempre musical y con bello sonido. Sólo objetaremos a los fagotes, de sonido débil en inseguro y con un imperdonable fallo en el tercer movimiento.

El primer movimiento tiene como gran dificultad varias entradas abruptas de la orquesta luego de las frases que el solista le deja. En este caso, la fusión entre Douglas y los músicos fue tal que todas las entradas lindaron la perfección, tanto como en el manejo de los contrastes. Debemos señalar la belleza de la sección del piano acompañado del pizzicato de las cuerdas.

El segundo movimiento se distinguió por la coherencia de intencionalidad expresiva, en una fusión de notable poesía. Después de la sutil transición al tercero destacaremos su carácter y musicalidad apasionada. El “ralentando” del final fue perfecto antes de la arremetida, que levantó a los espectadores para la merecida ovación. En un simpático gesto Douglas interpretó el segmento final, y ante la insistencia del público, y como juego volvió a repetirlo para goce de todos, incluidos los músicos. Una notable e importante visita que esperamos se repita.

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