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De Austria, con amor

Una ruta progresiva hacia la exelcencia transitaron los músicos de este ensamble de cámara europeo. La Temporada Rosas de la Fundación Beethoven sigue demostrando la categoría de sus conciertos internacionales en el Teatro Oriente.

30 de Septiembre de 2008 | 12:38 |
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Maestría a toda prueba con el ensamble que reúne a un serie de solistas de altísima categoría provenientes de todas partes de Europa.

El Mercurio

Desde Austria llegó hasta la Temporada Fernando Rosas de la Fundación Beethoven el Hyperion Ensamble, un sexteto de cuerdas formado por distinguidos músicos de diversas agrupaciones orquestales europeas. Varias son las consideraciones que nos merece su presentación en el Teatro Oriente de la capital, donde abordaron un repertorio netamente romántico.

En primer lugar, como todo buen conjunto de cámara, es razonable que deba siempre incorporar obras nuevas a su repertorio al tiempo que el antiguo se consolide cada día más. Esto conlleva a que el grado de madurez de las obras pueda ser diferente, por lo tanto el nivel de interpretación puede diferir entre las más recientes y las antiguas.

Esto es lo que percibimos en su presentación en Santiago, pues aunque partieron en un nivel muy alto, desde el inicio y hasta el final hubo una evolución hacia la excelencia. El “Sexteto en La menor” de Antonin Dvorak con que iniciaron el concierto, acusó un sonido que calificaremos de “crudo”, sin la homogeneidad necesaria. Incluso con pequeños deslices de afinación.

Un Tchaikovsky magnífico

En contraste, mostraron un acabado estudio en arcos y articulaciones. Así fue lo ocurrido en el primer movimiento. En el segundo, el carácter popular fue un logro gracias a los fraseos que marcaron bien el estilo. El tercero, que recuerda a una de las “Danzas eslavas” del mismo Dvorak, se destacó por los contrastes. El cuarto se inició bellamente con el diálogo de violas y chelos, que luego deriva en una sección rápida y expresiva donde destacaron cada una de sus variaciones. De igual modo fue un éxito el obtenido en las intervenciones “a solo” del violín y chelo.

Continuaron con una de las obras más hermosas escritas por Franz Schubert. Se trata de la transcripción para sexteto de cuerdas de la “Fantasía en Fa menor” para piano a cuatro manos. En esta obra fue evidente un mejor afiatamiento y una mejor compenetración del espíritu fuertemente melancólico que la anima.

Adentrándose en el carácter de su autor, destacaron el aspecto cantábile de los fraseos tanto como los diálogos entre instrumentos a solo. Del mismo modo fue evidente la precisión de los ataques en la sección rápida, y notable su progresión dramática.

Pero sin duda la magia estaba reservada para el sexteto “Souvenir de Florence” de Piotr Ilich Tchaikovsky, donde todo funcionó a la perfección. Señalemos el exquisito sonido de impresionante belleza que destacaba la cabal compenetración de la obra que tenía todo el conjunto, el que funcionó como una perfecta y expresiva máquina de relojería.

En el primer movimiento apareció lo lírico y apasionado, con una estupenda conducción de cada una de las voces, manejando naturalmente los contrastes y desarrollando musicales y bellos “cantos” en cada uno de los pequeños solos. El ascelerando del final fue muy logrado. En el  segundo movimiento, que muestra la profunda y dolorosa melancolía del autor, los diálogos entre las voces fueron de enorme belleza, acentuando la poesía de este fragmento caracterizado por el dolor. Su interpretación conmovió profundamente al público.

La luz llega en el tercer movimiento, pero siempre amenazada por las nubes. Aquí destacaremos la perfección de los fraseos, así como los pizzicatos, arcos y articulaciones, simplemente maravillosos, que convirtieron esta versión en casi en una experiencia estética. El cuarto, en su severa luminosidad, nos traslada desde los más profundos sentimientos de vida hasta los más pesimistas que avizoran la muerte.

En esta entrañable versión el Sexteto Hyperion logró una absoluta fusión en intencionalidad, respiraciones, ataques y expresividad, creándose así una especie de comunión entre intérpretes y público que al final sólo ovacionó sin cansarse. Así logró que el ensamble regresara al escenario para un encore: un movimiento de un sexteto de Borodin, igualmente genial.