Ladyhawke podría perfectamente convertirse en la exportación pop más exitosa de Nueva Zelandia desde Crowded House, y no es casual encontrar ya tres singles destacados de éste, un disco que salió hace menos de dos semanas y del que pueden sacarse al menos seis piezas de éxito radial seguro.
El hambre de fama de la cantante Pip Brown es evidente en cada tema de un álbum brillante y de finos estribillos, con arreglos de sintetizadores esencialmente ajustados a la esencia pop de los años '80, pero no por eso retro. Pongamos entonces a Ladyhawke entre la banda sonora de Flashdance y la búsqueda electro de Goldfrapp y tendremos un cupo cómodo para una chica con ganas de juerga global y merecidas alabanzas de Courtney Love y Kylie Minogue, tías mayores que envidian su aún intacta juvenil sugerencia.
Entre los pliegues de "Paris is burning", "Dusk till dawn" o "Love don't live here" se encuentran las claves de hedonismo urbano que siempre han sostenido la mejor música de baile, y aunque el disco se haga, por momentos, repetitivo, ésta es música a la que no se le puede tener demasiada antipatía. Fresca, cálida, agitada, extiende sus brazos para abrazar a quien quiera acercarse. Era esta invitación lo que nos gustaba del pop de los '80, y no la maquinaria ridícula del pop sobreestilizado que hoy nos venden en fiestas con Pancho Melo. Pip Brown es joven, es sexy y suena encantadora. La tentación late cerca, y sólo se resistirán los graves.
—Cristina Hynde