A pesar de todos los prejuicios con que ha convivido, Beto Cuevas nunca se ha preocupado de ocultar una innegable inclinación a la gran industria y al estrellato, tanto en actitud como en resultados. Todos los objetivos que en ese sentido se puso se cumplieron. El ex cantante de La Ley es hoy una figura continental: los flashes le disparan en la alfombra roja de los premios MTV, populares grupos pop lo llaman para hacer dúos, jovencitas mexicanas lloran cuando lo ven, presta su nombre para causas humanitarias y se codea con Juanes en los encuentros de apoyo a la fundación de Shakira.
A 17 años de "Prisioneros de la piel", Cuevas hoy es otro. Desde esos iniciales tiempos hasta ahora, el cantante no sólo terminó por graduarse de rockstar: también logró desarrollar un trabajo creativo integral —tras partir sólo como un regular letrista— y definir un sello que transmite más allá de su inconfundible voz. De esta manera, ya hay ciertas cosas que podemos esperar de él: básicamente una innegable inclinación modernista, algo de grandilocuencia, cierto detallismo, un pragmático apego al mainstream, profesionalismo, producción, vocación de masas, una cuota de elegancia, prolijidad. Todo eso transpira a través de Miedo escénico, el debut en solitario del cantante tras su ruptura con Mauricio Clavería y Pedro Frugone. Aquí Cuevas exhibe su escuela, en un disco trabajado con estándares de estrella pop. Cada efecto, recurso o maña está en el lugar adecuado en la búsqueda de la reacción precisa: Son canciones hechas para ser cantadas en grandes escenarios, ser desfiladas en pasarelas, saltadas en estadios o para llevar con un vaivén corporal en la galería de Viña.
Así queda claro desde el rockero saludo "¡un-dos-tres-y!" de la canción "Miedo escénico", y se reafirma luego en los teclados a lo Killers y los punteos a lo The Edge en "Vuelvo". También en la estructura casi exacta de "With or without you" en "Un minuto de silencio", en el saludo a "Fuera de mí" en "Háblame", o en la vocación de multitudes de "Algo". Todos temas que Cuevas compuso para la exaltación de su bien educada garganta, tan obstruida en sus inicios, pero orgullosa de su amplio rango en la actualidad. De este modo, las canciones transitan de los graves a los agudos, de los susurros a las vociferaciones, de los detalles tecnologizados a los coros grandilocuentes, en estructuras ancladas en las vertientes más guitarreras del pop. No es, entonces, la nueva pólvora, porque eso tampoco es Beto Cuevas. Difícilmente lo veremos alguna vez forzando a bautizar un nuevo estilo musical, anunciando su regreso a la guitarra de palo, o declarando la ruptura con su pasado y con la fama. Pero una cosa es clara: En lo suyo, el tipo sabe hacerla.
—Sebastián Cerda