SANTIAGO.- Me gustan los Red Hot Chili Peppers y REM, pero estudio música en Argentina y trato de ir a conciertos cuando ando por aquí (Chile). Esta vez fui con una amiga francesa que quería que la acompañara a uno en la Católica. Yo como quería andar con ella, fui. Casi me muero de la impresión cuando vi la cola para la entrada. Estaba repleto y eso que no había ni REM ni Chili sino cuatro artistas de la UC que hacían un programa con música renacentista inglesa para el teatro de esa época: “As you like it… Como gustéis”. Eso tenía loca a mi francesa. Después, yo la tuve loca.
Conozco los instrumentos y no me llamaron la atención ni el laúd ni las flautas. Pero sí un guitarrón enorme que supe que se llama tiorba y que tiene un sonido grave. La gente dice que estos conciertos son de “Música Antigua”, porque así se conoce esa música que nadie sabe muy bien cómo tocar y que nace en la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco. Pero yo encontré que era música nueva y no antigua, porque era nueva para mí, pero también porque la sala estaba llena de jóvenes. Viejos también había, pero con ellos, muchos niños como yo, que tengo apenas 20.
Entraron los músicos y esto se convirtió en magia. La atmósfera era increíble, por el silencio y por el respeto. En el silencio se escucha mejor la música —y queda claro que sin silencio no hay música— y las imágenes que se proyectaban (de cuadros antiguos, de estatuas, de litografías) te llevan de la mano por lo que uno quiera soñar, mientras la música se te mete dentro y esas obras de Shakespeare empiezan a hacerse espacio. “As you like it”, “The tempest”, “The merry widows of Windsor”, tal como me las enseñaron en el colegio, en inglés. Oscar Ohlsen en el laúd, con los dedos entramados en las cuerdas, tocando una larga tristeza que se llama Pavana “Lacrimae”, de Dowland. Increíble. También Octavio Hasbún, el flautista, hecho mil dedos en las variaciones de Van Eyck para la misma Pavana. Y un gordito lejano, que entró en al segunda parte, Eduardo Figueroa, más joven y también maestro, en la tiorba. Y queda ella, la que canta, que se llevó muchos de los aplausos con su voz transparente, su musicalidad y su belleza. Parecía de otro tiempo. Magdalena Amenábar, soprano, como salida del siglo XVI, con su vestido negro-burdeo y sus joyas. Me encantó una letanía triste que cantó, “Flow my tears” (Dowland), y otra, “Music for a while” (Purcell). Ella como que acaricia y si te mira, te mata. Y otra cosa: es elegante de verdad esta mujer, no como las pitucas rubias con celular. Esta no; es fina hasta cuando toca el tambor.
Me costó reecontrarme con mi francesa cuando la volví a mirar, con su mechón verde y sus trenzas tipo Pocahontas. Como se va hoy, me acordaré de “Como gustéis” de vez en cuando.