La música es una fiesta. Los solistas de cámara de Salzburgo disfrutan cada una de sus presentaciones, que además son una muestra de alto nivel técnico y de alto alcance poético.
Sitio oficialEn el penúltimo concierto de la exitosa Temporada Fernando Rosas 2008 que organiza la Fundación Beethoven, debutó en nuestro país The Salzburg Chamber Soloist, conjunto de cámara dirigido por Lavard Skou Larsen, quien además es su propio concertino. Sin duda se trata de uno de los mejores conjuntos de cámara existentes en la actualidad. Su sonido, musicalidad y afinación de excelencia los ponen al servicio de las obras que interpretan.
Un aspecto que sobresale es la total comunión en arcos, fraseos, respiraciones y ataques, producto no sólo del cabal conocimiento del repertorio, pues refleja la solidez del estudio del mismo. Desde su posición como concertino Skou Larsen dirige y marca fraseos, acentos e intencionalidades a su joven grupo siempre alerta a cada una de sus indicaciones.
El programa que abarcó desde Mozart padre hasta Shostakovich mostró la versatilidad frente a diversos estilos. En la Obertura de la ópera “La clemencia de Tito” de Wolfgang Amadeus Mozart, en una versión solo para cuerdas, ellos mostraron ya la belleza y nobleza de su sonido, acentuando con claridad las líneas melódicas, así como elegancia en los fraseos. Luego Wilhelm Schwaiger interpretó el “Concierto para corno y orquesta” N° 4 en Mi b Mayor K 595 del mismo Mozart. Aquí fue evidente el total afiatamiento entre solista y el conjunto.
Schwaiger mostró un bello sonido, con claridad en las articulaciones y sólido manejo de los conceptos dinámicos, sólo con pequeños quiebres sonoros que en nada menoscaban su presentación. La cadenza del primer movimiento fue de gran virtuosismo. Antes del movimiento siguiente, el solista debió esperar el cese del sonido de un celular para tocar con gran sensibilidad expresiva la “Romanza”, sobresaliendo los diálogos entre el solo y el conjunto. El tercero fue como un juego en el virtuosismo del solista. Aquí sorprendieron los cortes de gran precisión entre solo y orquesta.
Seguidamente ofrecieron la versión para cuerdas de la “Sonata a cuatro N° 3” de Gioacchino Rossini. Es una obra que no consulta violas. Su versión fue de un asombroso virtuosismo, con una belleza y gracia enorme en los diálogos entre violines primeros y segundos con los chelos en el primer movimiento. El segundo fue profundo y expresivo, acentuándose en la sección central por su casi teatral dramatismo. El tercero destacó por la exquisita gracia de los solos del violín primero y segundo y chelo, tanto por la sutileza del acompañamiento del resto de las cuerdas.
Súper corno alpino y gigante
Ante el asombro del público, nuevamente ingresó el cornista Wilhelm Schwaiger, vestido de tirolés y acompañado de un enorme corno alpino, un instrumento de más de dos metros de largo y sin válvulas, lo que obliga al solista dar todas las notas solo con su boca. Con este corno interpretó la “Sinfonía Pastoral en Sol mayor, para Corno Alpino y Cuerdas” de Leopold Mozart, apoyando el instrumento en el borde del escenario. Con extrema habilidad, Schwaiger sorteó frases a veces chispeantes, contrastes dinámicos, expresivos glissandos e imitaciones en los tres breves movimientos de la obra. Ante las manifestaciones eufóricas del público el solista ofreció junto a la orquesta como encore un juego melódico acompañado en pizzicato por las cuerdas.
El sentimiento fue la constante de la segunda parte, que se inició con las “Variaciones sobre un tema Tchaikovsky Op. 35” de Anton Arensky. La obra comenzó con la exposición del tema de carácter solemne y expresivo, al que le siguen siete variaciones, que se desarrollan mostrando diálogos entre solistas como grupales. La variación tres recuerda un poco la “Suite en tiempos de Holberg” de Grieg. En la cuarta dialoga el chelo con las cuerdas en pizzicato en juegos dinámicos muy expresivos. En un lenguaje más avanzado es la quinta. Ahí las voces de los violines están sustentados en chelos y el contrabajo en una especie de pedal. La energía inunda la sexta variación en sus contrastes entre las cuerdas altas con las bajas y la séptima tiene al violín primero en sordina y con sonidos “armónicos” en una sección para cuarteto. El público no ahorró gestos de admiración.
El grupo finalizó con la “Sinfonía para cuerdas” Op. 110 de Dmitri Shostakovich, obra “in memoriam” a las víctimas de los bombardeos de la ciudad de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial. La versión simplemente paralogizó al público, tanto por su dolorosa belleza como por la genial interpretación. Ya desde el llanto del solo de violín del comienzo y la progresión dramática de enorme expresividad del primer movimiento, o el virtuosismo de la fiereza de los ostinatos de ese amargo allegro que a veces roza la ironía en el segundo, tanto como los planos sonoros del tercer movimiento en una especie de danza burlesca. Los movimientos finales marcados por los inesperados golpes de de los arcos, en medio de una desolación enorme que pareciera plantear preguntas sin respuestas, para concluir en un pianissimo suspendido conmovedor.
Ante un público que se negaba a retirarse asombrado por la calidad, los visitantes ofrecieron como encore una obra de Piazzolla y otra de Morricone, en homenaje a Fernando Rosas.