Detrás del escenario. El reggieseur Michael Hampe tuvo gran responsabilidad en las delicadezas artísticas del montaje a cargo del elenco internacional.
José MolinaLa versión internacional de la ópera “Las bodas de Fígaro” de Wolfgang Amadeus Mozart contó con dos sopranos para el rol de la Condesa de Almaviva. La función que comentamos contó con la participación de la soprano norteamericana Lauren Skuce.
La primera reflexión que nos merece esta estupenda puesta en escena es sobre las razones de su notable éxito, las que se encuentran ancladas en una ajustadísima régie de Michael Hampe, que no descuidó detalles. Es una obra repleta de bellísima música y envuelta en sutilezas e ironías sociales y humanas, todas las cuales deben ser resueltas de manera tal que queden claramente expuestas al público, para que así éste pueda gozar mejor de cada una de las sabrosas situaciones.
Otra razón está en la sobria y hermosa escenografía, tanto como en la belleza del vestuario -ambos de Germán Droghetti-, que están en perfecta relación en cuanto a colores y estilo. Creemos que es un acierto escenográfico el contraste logrado entre los dos primeros actos y el tercero, de sobria elegancia con esas puertas negras con filigranas en dorado enmarcadas en colores pastel. También lo es el gabinete de la Condesa con todas esas puertas, biombo y ventana, que permiten la fluidez en la solución de los enredos.
En cuanto al vestuario señalemos además del de los protagonistas -que permite acentuar las características de sus personajes-, aquél diseñado para el coro en diferentes momentos, como en el ingreso para saludar al Conde agradeciendo la abolición del derecho de pernada, y posteriormente el de la fiesta. Todos estos elementos están realzados por la estupenda iluminación de Ricardo Castro, de logros tan importantes como la salida del sol que llega hasta el gabinete de la Condesa, así como la fiesta y la escena del jardín. En estos elementos Michael Hampe jugó a sus anchas con toda la finura a veces hilarante de su estupenda régie.
No podemos dejar de señalar gestos como ese de Fígaro, cuando al momento de cantar a Querubino (“Non piú andrai”) se dirige en la segunda estrofa al Conde, señalando sutilmente sus vicios. O la escena muda al inicio del tercer acto que explica al público la esencia de lo que vendrá. También la claridad para las diversas situaciones en la fiesta, y la solución acertadísima en la escena del jardín.
Otro aspecto fundamental fue el perfilamiento de los personajes y sus circunstancias, con un triunfo absoluto con el rol travestido de Querubino, haciendo olvidar que se trata de una soprano. No obstante lo anterior, nada del éxito se habría conseguido, sin la vibrante dirección orquestal de Jan Latham-Koenig, que consiguió de la Filarmónica un rendimiento del más alto nivel, afinación impecable y bello sonido, destacando frases que complementaban el canto, todo en el más riguroso estilo.
Los cantantes formaron un sólido equipo en lo vocal, y totalmente compenetrados en sus papeles, jugando la farsa de una manera chispeante y efectiva, sin el menor atisbo de exageración. Fabio Capitanucci fue un gran Conde, no sólo en lo vocal pues su cínico personaje fue particularmente bien delineado. Lauren Skuce, luego de comienzo un poco vacilante en lo vocal, se afirmó notablemente llegando a emocionar en su aria (“Dove sono i bei momenti”).
De gran simpatía y prestancia fue el Fígaro de Simón Orfila en su dominio escénico. Malin Christensson es una gran actriz y con su hermosa aunque pequeña voz dio vida a una expresiva Susana. En el caso de Querubino, la soprano Ketevan Kemoklidze se ganó al público por su espectacular actuación y hermosa voz, llegando a emocionar con el manejo dinámico de su dolido (“Vuoi che sapete”). Muy divertido e histriónico el rol de Marcellina que cantó Miriam Chaparrota, bien secundada por David Gáez en el papel de Don Bartolo.
Basilio, encarnado por Gonzalo Araya, le permitió no actuar, sino cantar en un gran nivel. Del mismo modo convincente en actuación y vocalmente solvente fue Antonio a cargo de Javier Arrey. Barbarina fue un verdadero hallazgo en la voz de Andrea Betancourt, mostrando además unas dotes actorales notables, otorgándole a su rol una gran simpatía. Iván Rodríguez fue un muy buen Don Curzio, y vocalmente cálidas estuvieron Isabel Garay y Viviana Mazuela como los jóvenes I y II.
Casi es un lugar común hablar sobre el profesionalismo del Coro del Teatro Municipal (Jorge Klastornick), pues canta, actúa y baila muy bien. Una excelente producción que arrancó larguísimos aplausos y vítores del público, admirado por el trabajo realizado.