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Azar, liberación y confusión

Con el demencial happening en simultáneo arrancó la cita más importante para los compositores y auditores de la música de los siglos XX y XXI. La obra "Musicircus", del estadounidense John Cage, convocó a 190 solistas en 61 tipos de música distintas, que tocaron durante 120 minutos ante cuatro mil personas. Un hito absoluto.

10 de Noviembre de 2008 | 12:31 |
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Dúo Code: Enrique Siqués y Christian Hirt, percusiones avezados y avanzados. Tocaron en el centro de un espacio que se repartió en 60 escenarios autónomos

Harold Castillo

Cuatro esquinas tiene el Centro de Extensión UC y en el mismo número de estrados allí suenan la guitarra eléctrica de un bluesman callejero, un grupo de fina música coral, un cuarteto de jazz y la fiesta de música medieval. Ninguno se escucha con claridad, porque esos cuatro puntos son parte de unos 60 escenarios que operan al mismo tiempo en esta caja de resonancia gigante.

La obra de John Cage parece perfecta en el marco teórico, aunque resulta casi inmanejable en la vida real. "Musicircus" fue planificada sin planificación con unos cuantos intérpretes por Cage en 1967 en Illinois, un año antes del "Rock and roll Circus" de los Rolling Stones en Londres, pero este estreno latinoamericano apunta alto y mucho más lejos.

Sebastián Jatz convocó a 190 músicos para "tocar" una obra que nunca fue escrita. Es visual más que auditiva, porque es un happening de dimensiones impensadas. A pesar de la confusión sónica, alcanza la estatura para ese efecto eufórico entre los paseantes. Es el más demencial happening que probablemente nunca antes haya tenido registro experiencial: una guerra de músicos.

El noble sonido del fagot de Alevi Peña queda atropellado por la familia chinchinera que se impone por golpe y ruido, un auditor debe acercar su oído a diez centímetros del violín de Nano Stern, cuatro tías de Mazapán ganan por presencia y Rogelio González dirige en silencio a una orquesta que sólo suena en su walkman.

Hay un theremin aquí, un ukelele allá, un armonio adelante, un guitarrón chileno atrás; cueca brava con vino y pichanga y canciones fogateras buena onda. El público vino a una feria de atracciones y se llevó su fotografía de recuerdo de una experiencia creativa donde lo ilógico fue inapelablemente habitual: una niña duerme en brazos de su padre entre una masa de sonido continuo. Con John Cage eso también puede ocurrir.

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