El maestro sueco Mika Eichenholz se vio atrapado en una versión inexpresiva de este réquiem y no encontró las salidas.
El MercurioBastantes dudas dejó la última versión del hermoso y célebre “Réquiem alemán” de Johannes Brahms, interpretado en el último concierto de la Temporada de la Orquesta Sinfónica de Chile. Contó con la dirección del maestro sueco Mika Eichenholz y la participación del Coro Sinfónico de la Universidad de Chile que dirige Hugo Villarroel Garay, junto a dos destacados solistas.
La obra, que se interpreta con demasiada frecuencia tanto en las temporadas de la Sinfónicas y la Filarmónica -impidiendo de esta forma el conocimiento de una enorme cantidad de partituras sinfónico-corales que aún no se estrenan en nuestro país-, requiere para su ejecución de un director que logre entrar en el espíritu y el estilo de Brahms. Creemos que Eichenholz, a pesar de la solvencia mostrada en otro repertorio, aquí no respondió a las grandes exigencias expresivas de la partitura. Sus pulsos son casi siempre uniformes (en cuartos) y nunca se acerca a esa especie de ambigüedad (en medios) tan necesaria en la interpretación de Brahms.
En otro sentido pareciera que el director estuviera en sus primeras aproximaciones a la obra, pues sus gestos son muchas veces duros y poco claros, producto de ello fue una descoordinación en el coro en uno de sus pasajes.
El Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, que acaba de recibir merecidamente el Premio a la Música Nacional Presidenta de la República, es un conjunto que reacciona muy sensiblemente al gesto de los directores, y en esta ocasión su interpretación fue distante y casi inexpresiva, aunque de gran belleza sonora en los “piano”, cantando solo con la potencia y al nivel que se le conoce en la segunda sección del número seis “Den wir haben hier keine bleibende Statt”.
Un detalle que llamó la atención fue escaso número de tenores en relación al resto de las cuerdas, los que debieron cantar con sobre exigencia evidenciando la poco experiencia de algunos de sus integrantes. A su favor diremos que resolvieron con gran dignidad el tema del número siete “Selig sind die Toten”. La cuerda que exhibió el mejor sonido fue la de contraltos, con su hermosas y timbradas voces. Sopranos y bajos en un buen nivel pero con sus voces sin el perfil a que tienen acostumbrado al público. Sin duda que al coro le hemos escuchado mejores versiones de esta obra, una de las más célebres de la literatura sinfónico-coral.
En el caso de los solistas, consideramos sobresaliente la actuación de la soprano Patricia Cifuentes, quien adentrándose en el espíritu y el estilo de la obra, cantó con la expresividad requerida y con extrema sensibilidad, mostrando con holgura su hermoso timbre de voz. El coro y el director se plegaron a su interpretación del “Ihr habt nun Traurigkeit”, que se transformó en el punto más alto del concierto.
Rodrigo Navarrete, el barítono, cantó excelentemente bien en el número tres, “Herr, lehre doch mich”, adoptando una pulsación propia de Brahms, con la expresividad requerida a lo planteado por el texto y la música. En su segunda intervención, correspondiente al número seis, salvó sin problemas los exigentes agudos, pero el gesto poco claro del director, hizo que la orquesta se desacoplara en aquellas frases bastante libres del solista, que es una sección en que la orquesta queda muy al descubierto en ritmo y fraseos en las maderas. No obstante creemos que ambos solistas se adentraron acertadamente en el espíritu de la obra.
La orquesta respondió de forma rutinaria y hasta dura, con un sonido no muy cuidadoso, particularmente en los bronces, que tuvieron frases excelentes al lado de otras muy objetables. Un concierto que debió ser de júbilo, a pesar de la temática, debido a que antes de la interpretación se anunció el premio obtenido por el coro, pero que requería de una dirección que tuviera una aproximación más certera al estilo de este “Réquiem alemán”.