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Gran final con el Stradivarius israelí

Con Juan Pablo Izquierdo en la dirección de los conciertos finalizó la Temporada Internacional Fernando Rosas de 2008. El balance es favorable: las ilustres visitas pintaron un paisaje sonoro, lírico y poético como pocas veces recordamos con anterioridad.

19 de Noviembre de 2008 | 18:52 |
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Shlomo Mintz, categoría superlativa para el último movimiento de la Temporada Internacional dedicada al maestro Fernando Rosas.

El Mercurio

En un verdadero suceso se convirtió el concierto de cierre de la Temporada Internacional Fernando Rosas 2008, que organiza la Fundación Beethoven en el Teatro Oriente de la capital, al contar con la presencia de uno de los más destacados violinistas de la actualidad. Nos referimos al israelí Shlomo Mintz. Su figura se suma a la importante cantidad de solistas y conjuntos que se presentaron en el escenario del Teatro Oriente durante el presente año, convirtiendo a esta temporada en un referente de calidad.

Si bien Mintz también es director, en esta oportunidad, al presentarse junto a la Orquesta de Cámara de Chile, lo hizo bajo la dirección de Juan Pablo Izquierdo interpretando dos joyas para violín y orquesta. En primer lugar abordó el que tal vez sea el más lírico de los cinco conciertos para violín y orquesta que escribiera Wolfgang Amadeus Mozart: el “N° 3 en Sol Mayor K. 216”.

Ya en la introducción fue posible apreciar el bello sonido de la orquesta, que bajo la alerta batuta de Izquierdo consiguió musicales y finos fraseos en sus preguntas y respuestas, los que encontraron luego justa correspondencia en el sonido del “Stradivarius” de Mintz. En el primer movimiento lograron el extremo refinamiento que se escucharía a lo largo de toda la obra, luego en la cadenza con que concluye esta parte, el visitante hizo derroche de su técnica y virtuosismo.

El segundo movimiento, “Adagio”, destacó por el sutil “canto” entre solista y orquesta en  perfecto complemento, destacando claramente cada una de las voces. No podemos dejar de destacar los bellos pianissimos musicales y expresivos de Mintz. Para ello contó con el genial acompañamiento de Juan Pablo Izquierdo y sus músicos, la cadenza de este movimiento fue interpretada dolorosa y expresivamente por el ilustre solista.

El “Rondó” final fue un verdadero juego entre violín y orquesta al presentar los temas y contratemas. La sección contrastante fue de una gran belleza galante, mientras que el final que se diluye casi en la nada, fue de un sereno júbilo. El público no se ahorró muestras de admiración.

En la segunda parte se escuchó el no menos hermoso “Concierto en Re Mayor, para violín y Orquesta, Op. 61” de Ludwig van Beethoven. En él Izquierdo cambió radicalmente de estilo, consiguiendo de la orquesta un sonido de mayor peso y manejando estupendamente los contrastes. De igual manera Mintz mostró un sonido más robusto y su interpretación tuvo la expresividad propia del romanticismo, existiendo correspondencia sonora entre solista y orquesta. Es interesante notar la diferencia de los piano de Mozart en relación a los de Beethoven en cuanto al peso expresivo, algo similar ocurre con las progresiones dramáticas.

El solista dio muestras de su virtuosismo en una nueva cadenza, la del primer movimiento de este concierto, y hacia el final asombró por la expresividad y musicalidad de los pizzicatos tanto como en las dobles cuerdas.

Sereno y de gran belleza fue el diálogo entre violín y maderas con que se inicia el segundo movimiento. Luego vino la genialidad en las progresiones dinámicas en el más puro estilo romántico, dejando prácticamente suspendido al público por la magia expresiva de la estupenda versión. En el tercero y último sobresalieron algunos instrumentos en sus breves pero importantes partes a solo. El solista ahora transitó desde la dulzura a lo agresivo en sus diálogos con la orquesta, perfectamente guiada por el gesto bastante sobrio de Izquierdo.

La cadenza fue abrumadora en su perfección, luego del genial final vinieron las ovaciones del público, que obligaron a Shlomo Mintz a ofrecer como encore una obra de Fritz Kreisler, de inauditas dificultades técnicas las que fueron salvadas con la misma perfección demostrada a lo largo de todo el concierto. Un espléndido fin de temporada para la Fundación Beethoven, que de año en año eleva más su nivel artístico.

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