Eduardo Browne fue conductor orquestal y profesor de primer ciclo. Introdujo a los niños presentes al sonido instrumenal para el 'Carnaval de los animales''.
El MercurioAnte los ojos maravillados de muchos niños se desarrolló el último concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile. La razón para este particular público se debía al llamado “Concierto Familiar”, que entre otros objetivos busca atraer nuevas audiencias ofreciendo un repertorio que puede ser considerado de fácil audición, sobre todo para los más pequeños.
El porqué de este encantamiento en los niños hay que buscarlo en la excelencia alcanzada por la Sinfónica, algo apreciable desde el inicio también por los pequeños, porque aunque los niños aún no son capaces de hacer análisis musicales, existe “algo” en su interior que les señala cuando las cosas están bien, y por consiguiente su reacción, será de gran entusiasmo. Es por ello que en esta ocasión y ante el estupendo producto recibido, su reacción fue de júbilo manifestado en gritos de admiración hacia los músicos y al espléndido relator en el caso de una de las obras.
Eduardo Browne asumió la dirección en reemplazo del director anunciado, poniendo su indiscutible musicalidad al servicio de un repertorio que demanda una ajustada mirada para no caer en banalidades ni lugares comunes. Su gesto claro y expresivo, comunicó cada inflexión o fraseo logrando de los músicos un entusiasmo y una respuesta al más alto nivel musical.
Zoología sónica
El programa se inició con “El carnaval de los animales” de Camille Saint-Saëns, llamado también por su autor “Gran fantasía zoológica”, para dos pianos y orquesta, en la que actuaron como solistas Luis Alberto Latorre y Alexandros Jusakos, y el propio director Eduardo Browne, describiendo algunos de los animales que muestra la partitura.
En su interpretación, tanto el director como los pianistas dieron muestras de un acabado conocimiento del espíritu lúdico de la partitura, logrando momentos de exquisita finura descriptiva. En ciertos momentos la obra exige de los pianistas un virtuosismo casi extremo, permitiendo a Latorre y Jusakos mostrar toda su capacidad de grandes intérpretes. Incluso se permitieron en complicidad con el director, una broma en la sección dedicada a aquellos animales llamados “pianistas”.
Otro logro de la versión estuvo en el manejo de los balances entre solistas y orquesta, en la “pajarería” se escucharon ya los primeros bravos de algunos niños, que a esa altura estaban completamente cautivados por la obra. Celso López en chelo describió en forma magnífica al “cisne”, antes del apoteósico final que enfervorizó al público.
Su nombre es Álvaro Collao
Luego el estupendo solista en saxofón Álvaro Collao interpretó el “Concierto para Saxofón alto y Orquesta de cuerdas en Mi bemol” Op. 109 de Alexander Glasunov (1865-1936). La obra en tres movimientos que se interpretan sin interrupción, está escrita en lenguaje neoclásico y se caracteriza por los atrayentes diálogos entre solista y orquesta, alternándose secciones “cantábile” bastante melancólicas con otras rápidas y virtuosas.
Collao demostró a lo largo de la obra un dominio técnico y una musicalidad del más alto nivel. Estas características fueron aún más evidentes en la “cadenza” que explota todas las posibilidades del saxofón. Browne dirigió en forma sensible, explotando al máximo la expresividad aún en los cambios de tempi. Una obra poco difundida, que encontró en Collao, Browne y en la Sinfónica intérpretes ejemplares, que destacaron todos los valores de la misma.
El concierto finalizó con una versión antológica de “Pedrito y el Lobo” Op. 67 de Sergei Prokofiev, la que debería contar con una grabación en CD o en DVD, la que sin duda se transformaría en un rotundo éxito. En la suma de excelencias primero se encuentra el actor Néstor Cantillana, quien antes de dar inicio a la obra, presentó a los instrumentos que representarían a los personajes. Luego no sólo relató en forma magnífica, además hizo desde su lugar la mímica de cada uno de los personajes y de muchas de las acciones del cuento, con gracia y simpatía enormes, mostrando de paso una galería increíble de gestos faciales.
En esta empresa contó con la “complicidad” de Browne y la Sinfónica, en una muestra perfecta de afiatamiento, donde cada intérprete parecía gozar cada instante de la excelente partitura, goce que se transmitió a su vez a cada uno de los asistentes, incluidos por supuesto los niños. La orquesta, como en sus mejores noches: fraseos musicales y hermoso sonido, en suma entrega, logrando una de las ovaciones más largas de la temporada. Conciertos así uno quisiera repetírselos muchas veces.