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Éstas son manos jóvenes

En una semana bastante floja en cuanto a conciertos, el final de la temporada en la Sala América de la Biblioteca Nacional, presentó interesantes solistas: un piano que fue in crescendo y cuatro manos unidas.

28 de Noviembre de 2008 | 10:25 |
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Benjamín Vidal fue de menos a más. María Gabriela Acevedo y Lucía Uribe sorprendieron por su empaste conjunto. Fueron los últimos dos conciertos de la temporada de jóvenes pianistas en la Biblioteca Nacional.

El Mercurio

Durante cuatro lunes de noviembre se presentaron en la Sala América de la Biblioteca Nacional ocho jóvenes talentos del teclado, los que abarcaron un repertorio interesante que permite aquilatar muy bien todas sus potencialidades. Debemos señalar que todos se encuentran en algunas de las etapas superiores en sus estudios pianísticos, circunstancia que permite observar sus cualidades y condiciones como solistas frente a obras a veces muy contrastantes.

En la primera parte escuchamos a Benjamín Vidal, joven que pareciera estar pasando por algún tipo de crisis, pues se le observó bastante nervioso o tenso durante su presentación. Este factor le restó naturalidad, impidiéndole dar rienda suelta a su natural musicalidad. Al final, y con una buena dosis de esfuerzo, se sobrepuso. Pero lo hizo sin la entrega que habíamos visto en presentaciones anteriores.

Esto fue más evidente en el “Nocturno Op. 15 N° 1 en Fa mayor” de Frederic Chopin, su primera obra. Allí tuvo pequeños pasajes no demasiado claros y su versión en general fue de cierta distancia y a veces fría. Un paso adelante logró Vidal con la “Fantasía Impromptu”, también de Chopin. Aquí, algunas de sus secciones rápidas sólo pueden ser catalogadas de brillantes. Las contrastó inteligentemente con las partes líricas de la sección central, donde logró un gran vuelo romántico.

Más tranquilo enfrentó luego “Papillons” Op. 2 de Robert Schumann, donde rescató junto a lo poético esa parte popular que existe en la obra. También resaltó estupendamente los contrastes dinámicos de las secciones dialogadas. Pero donde logró su mejor perfomance fue en los “Cuatro preludios” de Alexander Scriabin. En ellos logró el peso sonoro que estuvo un tanto ausente en las obras anteriores. Además ganó mucho en lo expresivo al contrastar el carácter de cada uno de los preludios. Del último diremos que derrochó tanto pasión como gracia. A pesar de los cálidos aplausos, el solista no salió nuevamente a saludar.

En la segunda parte dos hermosas muchachas, María Gabriela Acevedo y Lucía Uribe, tocaron obras para piano a cuatro manos. Lo primero que resalta es el notable afiatamiento de ambas pianistas, así como la fuerza y el peso sonoro que logran unidas. Primero interpretaron “Dos danzas eslavas” de Antonin Dvorak. En ellas las pianistas lograron excelencia en su acercamiento al estilo, lanzándose con soltura a la interpretación. La primera danza destaca por el carácter y los contrastes, mientras que la segunda por su gran fuerza expresiva.

Luego vinieron dos fragmentos de la “Petite suite” de Claude Debussy, tocados con excelente digitación y estilísticamente muy acertadas. Meliflua e impresionista la primera, mientras que la segunda rescata el espíritu lúdico que la inunda. Finalizaron  con la “Sonata” de Francis Poulenc, obra desafiante que obliga a un despliegue técnico muy bien resuelto por ambas solistas, destacando la fuerza y claridad en los fraseos del primer movimiento, el carácter lúdico del segundo y las progresiones dinámicas y expresivas de su tercer movimiento. En síntesis un concierto que cierra un ciclo, donde se escuchó a tres talentosos jóvenes  que se abren paso en el difícil mundo de la música del piano.

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