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Pan, toros y un gran final

Un rojo furioso para la puesta en escena de la zarzuela de Francisco Barbieri, una fiesta de canto y baile con el que el máximo espacio para la lírica en Chile cerró una temporada de grandes recuerdos.

09 de Diciembre de 2008 | 12:21 |
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La soprano Mariola Cantanero en acción. Pan y toros cerró la temporada del Teatro Municipal.

El Mercurio

En un resonante triunfo se convirtió la puesta en escena de “Pan y toros”, una zarzuela de Francisco Barbieri, que se incluyó como cierre de la Temporada de Ópera 2008 del Teatro Municipal. En su éxito fueron fundamentales la bella y cuidadosa producción, en la que Enrique Bordolini (escenografía e iluminación), e Imme Möller (vestuario) tuvieron un rol fundamental.

La original, sobria y eficaz escenografía, fue el marco perfecto para la acción. Allí, el color juega un papel preponderante, ya que uno de los personajes es el pintor Francisco Goya, quien aparece como testigo privilegiado de su tiempo.

El rojo sangre del piso y parte de la boca del escenario se contrasta con el colorido panel que rodea la planta escénica. Desde allí, como desde el piso, se abren ventanas o trampas permitiendo la aparición de personajes que interactúan con la acción. En cuanto al vestuario y su colorido, está en perfecta concordancia con la escenografía creando una sutil sensación de equilibrio.

No podemos dejar de señalar el estupendo efecto producido con el juego de alturas del panel, lo que permite la aparición de figuras o bien ampliar la escena para darle profundidad. Consideramos como un gran acierto el ambiente surrealista que provoca la serie de paneles semitransparentes que reproducen uno de los cuadros de Goya (“Saturno devorando a uno de sus hijos”), tanto como la transición del segundo al tercer acto por su gran belleza poética.

La régie de Emilio Sagi, es cuidadosa, desplazando tanto a solistas como al coro en forma limpia y eficaz. Del gran grupo de cantantes destacaremos especialmente a Mariola Cantarero, de impresionante desarrollo vocal en sus exigentes partes. También a Milagros Martín tuvo la elegancia justa para el papel de la Princesa de Luzán, exhibiendo al mismo tiempo su hermoso caudal vocal. El Capitán Peñaranda, cantado por Javier Franco, fue espléndido en lo vocal y en lo actoral.

Sorpresa total fue la caracterización de Patricio Sabaté, encarnando a Francisco de Goya, quien además cantó y actuó en el nivel que se le conoce: la excelencia. Luis Olivares, como el Abate, mostró una vez más sus dotes de gran cantante, y mejorando con paso seguro su línea de la actuación. Miguel Sola no sólo es buen actor, además su voz potente dio un perfil preciso como El Corregidor. Ricardo Seguel impuso su hermoso timbre de bajo como el Hermano del Pecado Mortal. El resto del elenco demostró ampliamente su profesionalismo.

El Coro del Teatro Municipal (dirigido por Jorge Klastornick) cantó y actuó espléndidamente. Y como una zarzuela sin danza no es tal, las que se ven en ésta encontraron en la Compañía de Danzas Españolas intérpretes ideales en cuanto a garbo y gracia. La Orquesta Filarmónica bajo la dirección de José Fabra cumplió un destacado rol en una obra que transita de lo clásico a lo popular. Una estupenda producción, que se cerró brillantemente la Temporada de Ópera, que celebró los 150 años del Teatro Municipal.