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Reina hay una sola

Con un espectáculo tan arrollador como deslumbrante, la monarca del pop dejó en claro que su sitial está seguro y firme. Sobre el escenario, los cuestionamientos que cada tanto recaen sobre su figura simplemente se hacen humo.

11 de Diciembre de 2008 | 08:00 | Sebastián Cerda, El Mercurio Online
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En Chile, la cantante elevó el estándar de los conciertos en vivo. Su despliegue, tan espectacular como insólito, dejó a todos boquiabiertos.

José Alvújar, El Mercurio

Hay distintos enfoques para mirar a Madonna. Como un personaje controvertido, estrella del pop mundial, diva extravagante, cincuentona extrañamente atlética o artista que, en el último tiempo, evidencia una innegable debilidad por las fórmulas en boga. Dichos más y menos certeros sobre la cantante, pero que en el escenario simplemente se hacen humo. En ese lugar, Madonna Louise Ciccone muestra al mundo su trono, la esfera desde la cual mira al resto hacia abajo, bien instalada en el sitial de "reina" en que sus fanáticos y el entorno musical la han instalado con una seguridad que hasta ahora se ha mantenido inquebrantable.

Su gira "Sticky & Sweet" vuelve a demostrarlo por enésima vez, pero por primera en Chile. No se trata sólo de un concierto a la altura de su nombre o de la convocatoria. Es un espectáculo de una apoteosis que impresiona tanto como descoloca, un despliegue de recursos sin temor al derroche, que permite dar vida a cuanta ocurrencia haya tenido la propia artista y los directores de su show. Pantallas modulares de una nitidez casi perfecta se arman y desarman en todas direcciones; otra cilíndrica se ubica como eje del escenario, así como se hace traslúcida mientras envuelve a la diva; los músicos pueden rotar por toda la superficie de la escena, en la que Madonna se sumerge y emerge en el punto que escoja; prolijos bailarines siguen la pauta de la cantante, se transforman en un cuerpo único, realizan pasos acrobáticos, o simplemente rellenan el entorno para influir el ambiente o desarrollar determinada parte del libreto.

En ese contexto se desarrollan los cuatro actos del show (Pimp, Old School, Gypsy y Rave), que efectivamente pueden mostrar aquella inclinación de Madonna por las fórmulas, pero también su versatilidad para caer intacta donde sea. En todos ellos repartió los temas de Hard Candy alternados con algún éxito de siempre. De "Human nature" a "Vogue"; de "Heartbeat" a una rockera "Borderline"; de "Miles away" a "La isla bonita" con toques klezmer; de "4 minutes" a "Like a prayer", con su matriz dance llevada a la máxima expresión.

Así también levanta el dedo índice y meñique tras el metalero final de "Hung up", como usa anteojos pin-up en el papel de dulce atleta escolar, o una chasquilla postiza si hay que parecer más electrónica. Así, igualmente, observa su propia imagen histórica para decir "She´s not me", y desnudar tanto su legado como la imagen de quienes se han embarcado en la imposible tarea de sucederla.

Todo está permitido en el mundo de Madonna y sus fans lo aceptan aunque suene a excentricidad o antojo. Porque así son las reinas: Cuando entran en el corazón de sus gobernados, éstos las quieren con sus defectos y virtudes. Aunque estén en otra esfera y sólo podamos, cada tanto, pagar por una visita guiada a su palacio, con ella misma como anfitriona. Así ocurrió esta vez, cuando demostró a todos los devotos chilenos que éste también puede ser territorio de su reino. No necesitó de mucho para dejarlo en claro: Las bocas abiertas de 70 mil personas, y la euforia por haber formado parte de una realidad distinta durante 120 minutos, seguro que fueron una respuesta que no necesitó de mayores interpretaciones.

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