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Se llaman Fischer y Perl

Maestros chilenos que se escuchan fuera del país y resuenan de regreso aquí, fueron las máximas atracciones de una jornada que no presentó más que puntos altos en el Teatro Municipal.

19 de Marzo de 2009 | 10:23 |
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Rodolfo Fischer llegó hasta el Teatro Municipal para imponer el movimiento de su batuta con propiedad y convicción. La Filarmónica se desaplazó a su pulso.

Juan Francisco Somalo

En un interesante y heterogéneo programa se presentaron dos de los mejores músicos con que cuenta nuestro país: el conductor orquestal Rodolfo Fischer y el pianista magistral Alfredo Perl. La presentación se desarrolló en el marco del segundo programa de la temporada 2009 de la Orquesta Filarmónica de Santiago, dando cuenta una vez más del por qué del éxito que ambos artistas han alcanzado tanto en el extranjero como en nuestro país.

Rodolfo Fischer ha demostrado una certera finura en sus acercamientos a los más diversos estilos, los que generalmente aborda con singular éxito. Ésta fue una de esas ocasiones.

El programa se inició con una suite de la pantomima “Pulcinella” de Igor Stravinsky, obra inspirada en la “Comedia del Arte” y que toma como temas algunas melodías de compositores del Barroco temprano. Aquí el autor explora su faceta neoclásica, agregando aportes contemporáneos como las disonancias, y usando además una orquestación de gran interés. Ésta requiere un tratamiento muy cuidadoso ya que transita desde la finura más íntima, hasta jubilosos forte, incluyendo verdaderas filigranas melódicas y rítmicas.

Fischer consiguió de sus músicos una gran altura, tanto en las secciones “tutti” como en aquellas donde participan instrumentos solistas. Así logró los cambios de carácter requeridos para cada una de sus partes, que van desde la ironía hasta la mofa, pasando por secciones “pastoriles” y festivas, y por qué no decirlo, casi pintando acciones teatrales.

Luego se pasó al clasicismo de Franz Joseph Haydn, con el “Concierto para piano y orquesta en Re mayor”, en el que actuó Alfredo Perl como solista. En esta obra, el gran pianista chileno mostró una depurada técnica, clarísima digitación y un certero acercamiento estilístico, conseguido a través de fraseos musicales que se complementaron perfectamente con los de la orquesta, esta lo acompaño con un bello y transparente sonido.

Un detalle no menor fue el estupendo uso de los balances sonoros, incluso en los contrastes dinámicos logrados por solista y orquesta en los primer y tercer movimientos, mientras que en el “Poco adagio”, el segundo, los músicos lograron un expresivo y bello “cantábile”. El público reaccionó con efusivos aplausos ente la estupenda versión de ambos artistas.

La esencia del espíritu romántico

Luego del intermedio, con Perl nuevamente frente al teclado interpretaron una obra romántica: el hermoso “Concierto para piano y orquesta N° 2 en Re menor” de Felix Mendelssohn, en el se produjo un notable cambio en el peso sonoro tanto en el solista como en la orquesta, transformándolo en robusto y “cantábile” en un acertado cambio de estilo.

La obra presenta grandes dificultades para el pianista. Para la orquesta no son menores. Ella debe ajustarse a los fraseos y cambios dinámicos que plantea el piano. En un perfecto afiatamiento sonoro y de espíritu transcurrieron sus tres movimientos, interpretados sin interrupción. En esta oportunidad Fischer cuidó de los balances y las inflexiones para hacerlas coherentes con las de Perl, en una fusión que sacó a relucir la esencia del espíritu romántico de una obra que da cuenta de la facilidad melódica de su autor. El movimiento final muy virtuoso: arrancó eufóricos y largos aplausos.

Y para no dejar duda del ascenso sonoro de la orquesta, Rodolfo Fischer condujo en el cierre el poema sinfónico de Richard Strauss “Las travesuras de Till Eulenspiegel”, con la orquesta en pleno. A través de diversos instrumentos, el director acentuó el carácter descriptivo de la obra, logrando un alto rendimiento de cada uno de los músicos, quienes presentan los variados temas que cuentan las “travesuras” del protagonista y resaltan los contrastes de timbres instrumentales, en un protagonismo compartido entre muchos instrumentos solistas. En esta obra sólo podemos alabar el rendimiento colectivo bajo la certera batuta de Fischer y el brillante resultado que llevó al público a un aplauso incansable.

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