Al fondo del escenario del Teatro Universidad de Chile se instala semana a semana Gerardo Salazar con sus amigos Ricardo Vivanco y Juan Coderch. Esta vez sus instrumentos estuvieron al frente.
Álex ValdésBastante poco común fue este concierto de la temporada 2009 de la Orquesta Sinfónica de Chile, que actuó bajo la batuta de su titular Michal Nesterowicz. Entre otras, el polaco dirigió dos obras que generalmente no se consultan en las temporadas sinfónicas. Nada menos que un concierto para xilófono y orquesta y otro para timbal y orquesta. Tal vez ese haya sido el eje de atracción para la gran cantidad de público que llenó la sala.
Otro aspecto de interés fue el hecho que ambos conciertos hayan sido interpretados por el mismo solista: Gerardo Salazar, percusionista solista de la orquesta, quien dio muestras sobradas de excelencia musical.
El programa, que sirvió para mostrar la versatilidad de Nesterowicz, se inició con “Un día en Nueva York” de Leonard Bernstein, obra bastante ecléctica que da a conocer la maestría de su autor como orquestador. En un trabajo que hace guiños tanto a lo sinfónico como el jazz y la comedia musical. En ella la orquesta tiene grandes exigencias, en particular los bronces, a los que se agregan una serie de saxofones. También requiere de varios solos instrumentales, todos muy bien interpretados.
El claro gesto del director llevó a la orquesta desde el júbilo descriptivo hasta la melancolía, a través de una sucesión de contrastes en medio de un sonido homogéneo y de gran calidad de la orquesta.
Golpe a golpe: un percusionista para atesorar
Luego, Gerardo Salazar interpretó de memoria el “Concierto para xilófono y orquesta” del japonés Toshiro Mayuzumi, en una muestra formidable de virtuosismo. Esta obra es un paisaje de sonoridades, timbres y colores, donde sólo la sección central alude a lo oriental. En ella la orquesta utiliza una gran cantidad de recursos en las articulaciones otorgándole un gran atractivo. La cadenza del primer movimiento a cargo del solista fue brillante. El adagietto central es muy sugerente desde la entrada de los cornos y maderas, que tocan una especie de pedal melódico mientras el xilófono muestra una melodía de carácter oriental muy hermosa y expresiva.
El tercer movimiento es de gran exigencia rítmica, casi ostinato y lleno de contrastes en una sucesión de diálogos entre el xilófono y orquesta. El final exige máxima precisión pues se acelera en forma importante, lo que no fue obstáculo para que Salazar y la orquesta consiguieran un resonante éxito ante un público que no escatimó sus aplausos.
La segunda parte se inició con Salazar, ahora desde los timbales, rodeado de una gran cantidad de percusiones para interpretar el “Concierto para timbal y orquesta” de Russell Peterson, obra estrenada recién el año 2002. La obra se inicia con una gran progresión desde el pianissimo para llegar al fortissimo, con el timbal a la manera “concertante”. Se crea así una bella atmósfera sonora. Debemos destacar el trabajo del arpa y el corno inglés, en unos diálogos de gran interés.
El segundo movimiento, que es una especie de misteriosa marcha a cargo de cornos y fagotes, la que luego se traspasa a otros instrumentos, mientras que el timbal lleva una suerte de ostinato. Consideramos muy lograda aquella sección de los pizzicatos de las cuerdas acompañando al solista, tanto como aquella en que los chelos tocan con gran expresividad.
Una fanfarria de bronces inicia el tercero, dando paso a un diálogo del solista con los bronces en una muestra del virtuosismo de Salazar. El timbalista es exigido al máximo, pues debe tocar “expresivamente” en una variedad de timbres, siempre con gran musicalidad en medio de su virtuosismo. En ambas obras la dirección consiguió de sus músicos bellos sonido y musicalidad. El público exigió un encore, que dio otra oportunidad para que Salazar demostrara toda su capacidad de intérprete.
El concierto finalizó con la “Suite de primavera en los Apalaches” de Aaron Copland, en una versión pulcra, fina y descriptiva que obligó a la orquesta a cuidar contrastes y los balances sonoros. Los cambios de carácter fueron naturales a la vez que musicales, con una orquesta que parecía gozar con el buen trabajo que estaban realizando. En síntesis, un inusual pero muy atrayente programa, que colmó las expectativas de los asistentes, en el que triunfaron el percusionista Gerardo Salazar y la orquesta conducida por Michal Nesterowicz.