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Las maestrías del violín y el piano

Dos figuras de talla internacional para confirmar lo que ya no es ninguna novedad: algunos de los más impresionantes conciertos de cámara destellan en el escenario del Teatro Oriente. Eso no se puede negar.

19 de Junio de 2009 | 18:31 |
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Joshua Bell tardó un año en volver a Chile y producir exactamente el mismo efecto entre una audiencia que perdió la compostura para aplaudir a la estrella.

El Mercurio

Cuando el año pasado vino a la Temporada de la Fundación Beethoven el extraordinario violinista estadounidense Joshua Bell dejó a su paso una legión de admiradores cuyo mayor deseo era volver a escucharle nuevamente. Este deseo se cumplió en la temporada 2009, donde además tocó acompañado del estupendo pianista Frederic Chiu el hermoso “Concierto para violín y piano” de Mendelssohn.

El atractivo programa logró el lleno total del Teatro Oriente y nadie de los presentes salió defraudado, puesto que todos los atributos que mostró un año antes fueron ampliamente ratificados en esta presentación. Simplemente la dupla Joshua Bell y Frederic Chiu son de una excelencia total.

La “Sonata N° 4 en La menor, para violín y piano Op. 23” de Ludwig van Beethoven, con que iniciaron su presentación es una de las obras que corresponden a su período clásico. Ahí todo es claridad melódica, por lo que que requiere de un cuidadoso trato en los diálogos instrumentales, tal como se evidenció en el primer movimiento con su balance perfecto.

Precisión y gracia observamos en el segundo, a lo que agregan el manejo de las progresiones tanto como en la gran elegancia de las articulaciones. El virtuosismo desbordante de ambos solistas fue la característica del tercer movimiento, donde mostraron un sensible manejo de los contrastes dinámicos, llegando casi a lo íntimo en la sección que antecede a su final de gran fuerza expresiva que luego se diluye con infinita gracia en el acorde final.

Una vez más llama la atención que ambos músicos no busquen protagonismos inútiles y prefieran cederlos en beneficio de la música.

La primera ovación fue para esta sonata. Luego vendría la contundencia de la “Sonata N° 3 en Re menor, para violín y piano Op. 108” de Johannes Brahms, en la que tanto Bell como Chiu cambiaron el peso sonoro dado que en sus enormes dimensiones la obra  requiere de un talante casi épico en su interpretación. Por supuesto que Bell está a la altura de las exigencias, sumergiéndose en las profundidades emocionales de la música con una naturalidad asombrosa.      

En esta versión, los intérpretes destacaron la estructura casi polifónica propia de las obras de Brahms, rigurosamente expuesta con toda su intensidad. Es una intensidad que en ningún caso evita el intimismo, muy propio del estilo de Brahms. El “Andante”, de gran belleza expresiva y que es su segundo movimiento, mostró la capacidad de Bell para transformar las melodías en un doloroso y melancólico “lied” (canción).

El tercer movimiento, “Un poco presto, con sentimiento”, fue un ejemplo de complementariedad en un movimiento plagado “contratiempos”  rítmicos. El “Presto agitado” con que concluye, nos introdujo en un mundo de pasión de extremo virtuosismo y dificultades técnicas. Su manejo de los contrastes dinámicos sólo puede ser calificado de genialmente expresivo.

Tampoco podemos dejar de mencionar el gran desempeño de Frederic Chiu en el piano, pues para esta obra requiere de un dominio técnico total. Por ejemplo, en los pasajes que recuerdan las “Rapsodias” del mismo Brahms.

En la segunda parte, y con participación de Rodolfo Fischer dirigiendo a la Orquesta de Cámara de Chile, los visitantes ofrecieron el “Concierto para violín, piano y orquesta en Re menor” de Felix Mendelssohn, obra en la que están presentes todas las características melódicas de su autor, evidentes desde la hermosa introducción orquestal del primer movimiento. El virtuosismo de ambos intérpretes no encontró siempre la respuesta más certera de la orquesta, si bien Fischer logró una precisa concertación general, para una obra que es exultante y plena de contrastes. La versión fue muy expresiva, con acento en los contrastes, sin obviar lo virtuoso y a veces espectacular en la escritura de los solistas.

El segundo movimiento “Andante con espresione” se inicia con una introducción orquestal “cantábile” que a ratos recuerda a Mozart, que fue muy bien interpretada por la orquesta. Antes de los diálogos violín-piano que requieren de un gran despliegue técnico y expresivo, la sección central es de gran dificultad pues mientras el violín lleva el tema principal el piano realiza figuraciones de gran belleza.

El brillo caracteriza el movimiento final “Rondó”. Aquí la orquesta obtuvo el más alto rendimiento en las respuestas al ímpetu musical de Bell y Chiu, que acertaron plenamente al carácter del movimiento. El público perdió toda compostura en sus ovaciones, que obligaron a los solistas a un extraordinario “encore”, las variaciones sobre el tema popular “Yankee Doodle” que es un catálogo de dificultades para el violín.