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La vuelta de un maestro

En gloria y majestad y superando todas las expectativas volvió al escenario del Municipal el pianista ruso con un programa que permitió apreciar una vez más su arrolladora musicalidad.

27 de Octubre de 2009 | 12:04 |
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Maestría y simpatía, carisma y encanto. El pianista ruso volvió a deslumbrar en el Teatro Municipal.

El Mercurio

Todo fluye con naturalidad en él. Derrocha sencillez e incluso simpatía, mostrando como fácil asombrosas dificultades producto de su absoluto dominio técnico. Los tres autores del programa permitieron al pianista ruso Anatol Ugorski adentrarse en estilos muy diferentes, con el acercamiento más certero.

Las “Seis Bagatelas Op. 126” de Ludwig van Beethoven –obras de madurez que muestran indagaciones melódico-expresivas-, las transformó en obras maestras, a pesar de ser consideradas obras menores, exponiendo un arco expresivo total a la vez que particularizado, creó mundos que fueron desde lo romántico a lo clásico, lo meditativo a lo exultante, o bien virtuoso cuando se requería o transparente y cantábile.

Sutiles pianissimos se opusieron a progresiones y expresivos fortes, provocando verdadera conmoción en el público. Con abrumadora maestría enfrentó luego “Tres Danzas de Petrouchka” de Igor Stravinsky, obra de gigantescas dificultades técnicas, rítmicas y de fraseo, debiendo destacar voces interiores en diversos planos dinámicos, con saltos casi permanentes hacia los extremos del teclado.

Transformó el piano casi en una orquesta sinfónica, desde lo poderoso a lo sutil creando las atmósferas descriptivas exigidas por Stravinsky. Sería injusto no destacar la extrema claridad melódica lograda, en una obra de inhumanas dificultades técnicas. A estas alturas su calidad de “maestro” estaba fuera de duda al haber logrado captar desde la profundidad beethoveniana hasta el primitivismo de Stravinsky, pero aún quedaba por conocer su manera exquisita de enfrentar Chopin.

Los pequeños mundos de la Mazurkas Op. 17 de Frederic Chopin los recreó poéticamente entregando siempre el énfasis adecuado, a veces popular o melancólico, usando progresiones dinámicas de enorme expresividad, como ocurrió en la desolada N° 4.

Finalizó con 12 Estudios Op. 25, Ugorski opta por alejarse de lo puramente técnico buscando un sentido expresivo superior, en ello triunfa completamente al frasear de la forma más exquisita, logrando contrastes de carácter y dinámica que enriquecen las obras. Un preludio “Para la mano izquierda” de Scriabin sirvió para agradecer las interminables ovaciones.

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