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Que salgan los dragones

Con su primer disco, el músico de San Antonio no sólo elude la euforia y la devoción que lo ha rodeado, sino que también se posiciona como compositor de categoría. Un tipo que maneja códigos del rock, del folclor, del punk y de la canción de autor con espléndida soltura.

27 de Noviembre de 2009 | 17:55 |
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Parecía que habíamos perdido a Chinoy. A mediados de este año, cuando estaba pauteado el lanzamiento de este esperadísimo disco debut, el cantautor dejó de hacer recitales en Santiago y partió a Europa. En una entrevista Chinoy reconocía que a sus canciones "aún le faltaba" para inmortalizarlas en una grabación. También expresaba su desconfianza por la fama y los elogios. "Son una trampa", decía. "Mejor es quedarse tranquilo", decía. El músico quería alejarse de la histeria mediática capitalina y encerrarse a reproducir en un disco lo que anidaba en su cabeza.

El tema del hype santiaguino no es menor. De un día para otro, las agendas culturales y las parrillas programáticas ABC1 comenzaron a exaltar la figura de este cancionista de San Antonio. Y en este contexto, donde cualquier cobertura sobre cantautores acústicos se mueve en torno a un numero limitado de referentes (Violeta Parra, Victor Jara, un idealizado Bob Dylan), es obvio que nadie puede sentirse muy estimulado.

Lo impresionante es comprobar cómo Chinoy no logró ser dañado. Simplemente no se tragó el cuento y desapareció de la "escena" -algunos aseguran haberlo visto tocando guitarra en una micro del Transantiago, otros en Madrid, Estocolmo o en calles de Valparaíso y así- y regresó con un disco de alta intensidad emocional. Una obra sostenida tanto por su particular voz y rasgueo desesperado de guitarra como por la construcción de las canciones.

Porque el músico maneja perfecto los estribillos, puentes y la voz. Sobretodo la voz, que en el rock nacional sempre ha sido una asignatura pendiente, acá luce muy alto en la mezcla. Y su mensaje, desgarrado y con esa clase de estupor que sólo un chileno puede conocer, se transmite perfecto. Desde la primera canción, "Que salgan los dragones", no queda otra que rendirse ante la evidencia: Chinoy sabe llegar al auditor. Y también convertir esta obra en un puente entre la trova ochentera y la apertura estilística potenciada por Internet.

Así, "Klara" es una bellísima canción de amor, un coro apasionado y acompañado de violines, tal como en la excelente "María de la paz".  "Llegaste de flor" es una pieza de country-folk americano, pero cantada en chileno, tal como lo intenta hacer Mauricio Redolés. En "Solo resistir", una personal lectura folclórica, se llega a escuchar los dedos tocando el cuerpo de la guitarra. "Levantando polvo", con la guitarra acústica apañada, se debate entre contar una historia y capturar un estado de ánimo, incluyendo grabaciones de los murmullos de la gente. "Es rápido el sentido" y la increíble "Levito" están cantadas al piano.

Estos detalles no dejan de ser significativos. Chinoy lo da todo y nos muestra todos sus recursos cancioneros (que no son pocos). Que salgan los dragones es un gran disco debut, donde Chinoy no sólo elude la euforia ondera que lo perseguía, sino que también se posiciona como compositor de categoría. Un tipo que maneja códigos del rock, del folclor, del punk y de la canción de autor. Alguien que avanza seguro hacia un estilo personal que quizá comparte con muchos otros cantautores anónimos que están empezando a poblar el entorno. Y, sobretodo, su intuitiva visión de la realidad y del país, donde se esconden monstruos y secretos, al mismo tiempo que amores y pasiones. Ahí lo tienen rompiéndose la garganta en "Sal fuera", donde repite conmovedoramente "digas lo que digas / pienses lo que pienses / tengas lo que tengas / saca siempre la maleza".

—JC Ramírez Figueroa

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