El nuevo Vicentico, más añoso, con menos kilos de sobrepeso, igual de sensacional, al mando de Los Cadillacs en su segundo concierto en Chile durante 2009.
Héctor FloresUna decena de tipos avanzan por el acceso a cancha de la Arena Movistar con vistosos lienzos y entonando el clásico coro de "Yo no me sentaría en tu mesa", mientras agitan una mano en alto. La imagen recuerda al arribo de la avanzada a cargo del bombo de las barras del fútbol, en las horas previas a cada partido.
Claro que en el recinto de Parque O'Higgins no se presentan equipos, sino Los Fabulosos Cadillacs, aunque el efecto que produzcan no sea demasiado distinto: El combo liderado por Vicentico es una de las más fieles encarnaciones musicales de máximas futboleras tipo "más que una pasión, un sentimiento", y que los años transcurridos no han logrado amilanar.
Así, los seguidores de los argentinos son verdaderos hinchas, fans camisetados que se comportan en la tribuna como una barra en un tablón. Queda claro desde la salida al escenario, cerca de las 21:20 horas, con "Manuel Santillán, el León", inmediatamente celebrada y coreada por cerca de diez mil personas que suenan como 30 mil.
En ese ambiente el grupo recorrió sus temas históricos prácticamente en el mismo orden que su última vez en el Club Hípico, con mayor énfasis en los bordes rockeros, tropicales y reggae de su repertorio, en desmedro de sus títulos más cercanos al ska y el punk.
En todas esas posibilidades, e incluso con una buena dosis de distorsiones, el grupo sonó pulcro y compenetrado, con algo menos del tono informal y tarrero que fuera parte principal de su gracia en los '90. Así pasaron éxitos como "Vos sabés", "El satánico doctor Cadillac", "Matador", "Mal bicho", "Soledad" y "Padre nuestro", esta última llevada notablemente a los códigos musicales y rituales de la cumbia villera, gracias al aporte de Pablo Lescano.
En todas esas caras el efecto es el mismo: Pueden haber cambiado las musculosas por camisas y chaquetas, Vicentico puede exacerbar más que nunca su tono arranado y perezoso, los dreadlocks ya han dejado paso a las canas y la calvicie, pero el vínculo con la juerga y con cierta rabia permanece. Y si el ánimo es ése, no queda otra que entregarse y celebrar.