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11 de Enero de 2010 | 10:47 |
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Mientras el rock de revistas y críticos sigue ungiendo a pandillas que invocan los plásticos espíritus de la new wave y el pop de sintetizadores de los '80, otros caminan ajenos en busca de respuestas en la sicodelia, en el afán exploratorio de los '60 y sus posteriores mutaciones en diversas sub categorías rockeras. Son devotos en experimentar el género como un viaje montado en el instinto, antes que en el impulso de armar canciones con estructuras convencionales y acotadas. Es una opción que también depende férreamente del sonido, rendida al vendaval eléctrico desatado por Jimi Hendrix hace más de 40 años, con todas sus consecuencias.

En ese ítem, los participantes de este combo que las etiquetas rotulan con razón como super-banda-indie-chilena, son piedras pulidas que ruedan hace mucho. Rodrigo Astaburuaga en voz y guitarra (de Casino, Camión y The Ganjas), Samuel Maquieira en guitarra y voces (de The Ganjas y Yajaira), Pablo Giadach también en guitarras (de Casino y The Ganjas), Pablo Rogers al bajo (de Fangal y Camión), e Iván Molina (de Emociones Clandestinas, Santos Dumont y Matorral) en batería, formaron Trancemission con el ánimo de una sesión de ensayo, sin muchas pretensiones, muy hippie la vibra.

El resultado es uno de los mejores discos chilenos de 2009. 5 (cinco) suena como si la banda estuviera al frente, densa, espectral, con marcado sello rockero. Cada músico tiene definido su sonido y estilo, sobre todo Molina, uno de los más consistentes y fluidos bateristas nacionales. Este debut no sólo brilla por canciones como “Tears down” y su riff implacable, el ritmo caldeado de “The same”, o la placidez de “Rainbow”, sino también por la edición, que reivindica el disco como un objeto de arte digno de atesorar. 

—Marcelo Contreras


 

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