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Heligoland

Aunque usted no lo crea: éste es el disco más oscuro en la historia de Massive Attack. Más que todo el resto, que ya eran discos oscuros y densos. A casi veinte años de la explosión trip-hop, el proyecto de Bristol no está obligado a encandilarnos de igual modo que entonces, pero se hacen inevitables ciertas comparaciones.

18 de Febrero de 2010 | 09:36 |
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En la medida que su sociedad ha pasado a ser la ocupación intermitente de sus integrantes, es importante ver a cada nuevo disco de Massive Attack como una instancia de colaboración colectiva, casi de taller; más que como la marca coherente de estilo evolutivo que esperaríamos, por ejemplo, en una banda de rock. Los trabajos de Massive Attack son proyectos casi independientes entre sí, abordado cada uno con la perspectiva fresca que permite el ingreso al estudio con extensas pausas (este Heligoland, es su primer álbum en siete años).

Los rasgos distintivos del hoy dúo están y son poderosos -suaves e imaginativas programaciones electrónicas, el pulso profundo del dub, buena selección de voces invitadas-, pero incluso así este álbum suena muy diferente a lo esperado. Heligoland debe ser el disco más sombrío que Massive Attach haya editado hasta ahora: su cadencia es más lenta que sensual, sus voces son vistosas sin permitirse ser brillantes, sus atmósferas por primera vez suenan más opresivas que simplemente "urbanas". Incluso voces habituadas a la expresión vehemente (Tunde Adebimpe, de TV on the Radio, por ejemplo, o el ubicuo Damon Albarn) acceden en estos nuevos temas a dejarse llevar por el flujo pesado de un disco bello pero quizás sobreintelectualizado; más interesante que atrayente, y con cumbres puntuales en la colaboración con Hope Sandoval (Mazzy Star) y el delicado tema que levantan junto al vocalista de Elbow. El par de canciones junto a Martina Topley-Bird, habitual colaboradora de Tricky, se vuelven al poco andar mucho más predecibles, si bien sus texturas son inquietantes y cuidadas. Es un disco que exige la escucha atenta, pues no logra atraparte del todo.

A casi veinte años de la explosión trip-hop, Massive Attack no está obligado a encandilarnos de igual modo que entonces, por supuesto, pero se hace inevitable comparar su camino con el de otros esquivos cohabitantes de aquel viejo microclima de Bristol. En su último disco, un grupo como Portishead sí consiguió afirmar su propuesta inicial en un sonido poderoso y con identidad, cosa que este disco deja parcialmente en deuda.

—Marisol García

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