Mike Patton y Tool, dos pesos pesados del rock duro con trazos avant-garde, se declaran impresionados por este quinteto sueco acusado de reescribir de manera abstracta el metal. Después de más de veinte años de carrera, recién en el último lustro Meshuggah ha ganado reconocimiento fuera de los cercos del heavy más extremo, despertando curiosidad por su sonido y sorprendentes capacidades técnicas.
No hay que hacer un curso para escucharlos, pero definitivamente los oídos tienen que estar muy abiertos para enfrentar una clase de textura sónica y estructura musical, desafiante a los movimientos habituales del género. Influenciados primitivamente por Metallica, pronto comenzaron a explorar áreas progresivas e incluso de fusión jazz, mediante un complejo mecanismo métrico que corta y comprime riffs en tiempos insanos. Todo ello con el soporte de la batería, ejecutada por el asombroso Tomas Haake, capaz de disociar por completo lo que marcan sus brazos, del ritmo de sus pies.
Con Meshuggah es posible oír tres canciones simultáneas sin que la experiencia se transforme en un caos. Alive es su primer documento visual y de audio en vivo. Sigue a la banda por Nueva York, Tokio y Montreal durante los dos últimos años. No hay glamour, hoteles destruidos ni borracheras. Sólo el duro trabajo en la ruta con sus horas muertas, reflexiones sobre rodar por décadas y lo difícil que se vuelve cuando se tiene hijos. Recién despertando a la fama, el número de Meshuggah aún deambula en teatros con un montaje visual sobrio. Pero cuando arrancan en el escenario, es simplemente asombrosa su capacidad para ir más allá de todo lo que suena en el heavy metal. Como lo hizo "Blade Runner" en el cine hace casi 30 años, Meshuggah visualiza el futuro de una manera bella y aterradora.
—Marcelo Contreras