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Scratch my back

Éste es un disco no convencional del músico inglés por los arreglos -no hay batería, no hay guitarra, lo que hay es orquesta, avisa- y también por las canciones, porque no son de su autoría sino recreaciones de otros autores. Recreación con emoción.

02 de Abril de 2010 | 04:54 |

"Orquesta. Sin batería. Sin guitarras" es el estricto triple anuncio que ha hecho Peter Gabriel a propósito del sonido de este disco. Y las novedades apenas empiezan ahí. Scratch my back ("Ráscame la espalda", quiere decir) es un disco no convencional del músico inglés por los arreglos, pero también por las canciones, porque no son de su autoría sino recreaciones de otros autores. Un disco de covers, sería una definición apresurada. Pero la palabra covers se parece más a un trago gratis que a una canción, y al menos aquí se queda chica frente a versiones tan logradas como éstas.

De partida hay dos o tres éxitos probados, contando a "Heroes" de David Bowie como bienvenida, pero la mayoría de las canciones son elecciones libres y personales de Peter Gabriel. Hay autores contemporáneos suyos y gente más nueva por igual. Y en efecto hay un piano y una orquesta que sellan a fondo el carácter de esta colección. La canción "Mirrorball" ya es bonita en el disco The seldom seen kid (2008) del grupo inglés Elbow, pero aquí además se levanta majestuosa entre cornos franceses y filas de violines como rascacielos que brotan a los lados de Peter Gabriel. Hay austeridad de "Flume", una canción de guitarra rasgueada por el cantante folk estadounidense Bon Iver en su igualmente nuevo disco For Emma, forever ago (2008). Y hay esa austeridad que los canadienses Arcade Fire saben convertir hasta en drama por ejemplo en "My body is a cage", de su disco Neon bible (2007). Pero todo eso crece cuando lo canta con orquesta acá Peter Gabriel, que luego puede hacer una versión convencional de "The book of love", canción del disco 69 love songs (1999) de The Magnetic Fields, y al mismo tiempo hacer de nuevo un hit tan reconocible como "Street spirit (fade out)", tomado del temprano disco The bends (1995) de los mundiales Radiohead.

Peter Gabriel también va más atrás en la historia. Entonces para "Listening wind", del LP Remain in light (1980), de unos Talking Heads que siempre serán refrescantes, simplemente crea un revestimiento nuevo a partir de los rudimentos de la versión original, esquelética como suelen ser las canciones de ese grupo. Y en "The power of the heart" (2008), una canción reciente del significativo cantante neoyorquino Lou Reed, Gabriel no sólo transforma en orquesta el arreglo siempre agreste de Reed, sino que hace brotar una entonación ahí donde el neoyorquino siembra palabras habladas más que cantadas, y es casi como verlos armar juntos una melodía compartida. Por lo demás el piano es un arma secreta aquí. Es lo que pasa en "The boy in the bubble", del LP Graceland (1986) de Paul Simon, casi al comienzo del disco: es una advertencia de que los arreglos van a ser quietos y serenos. El piano es un factor de quietud, aunque no de inmovilidad. Peter Gabriel no sólo aterriza todas esas canciones en otros timbres: además les hace un parelé en el pulso y ralenta todo, y el resultado es la invitación a un mundo en cámara lenta. A veces el original también está en piano, como en "I think it's going to rain today", de Randy Newman, o en "Aprés moi", de vuelta al presente con Regina Spektor, o en la emoción que estaba guardada en "Philadelphia", de Neil Young, traducida ahora a más emoción en la voz del cantante inglés. Con todo respeto viniendo de un hombre que en ocasiones se metió en honduras tan alambicadas como su álbum Ovo (2000) para cambiar de milenio, este podría haber sido un aburrido disco adulto orquestado. En cambio es un disco orquestado adulto y conmovedor, con el corazón puesto de lleno en las canciones.

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