SANTIAGO.- Si en su primera visita hubo espacio para el funeral, esta vez fue sólo boda. En su concierto de esta noche en el Teatro Nescafé de las Artes, Goran Bregovic dejó de lado las solemnidades y se abocó casi en un cien por ciento a la parte más festiva de su repertorio.
Saldó una deuda, de algún modo. En enero de 2008, el público más entusiasta que asistió a sus conciertos gratuitos (más allá de los curiosos) eran los mismos que habían descubierto el potencial parrandero de su obra, y que la escuchaban semana tras semana en emergentes fiestas gitanas.
Tuvieron su cuota, pero al lado de la parte más sombría y litúrgica de la producción del serbio. Ahora, en cambio, Bregovic había advertido que venía con su formación más comprimida, que es también la que da más pie al jolgorio, anclada básicamente en un quinteto de bronces, que dota a los temas tanto de esqueleto como de musculatura.
El nuevo ánimo quedó de manifiesto desde la entrada a las 21:30 horas, nuevamente con los bronces ingresando desde el público, y con los más de dos mil asistentes agitándose y vociferando hasta multiplicarse. También cantaban, aunque no entendieran nada de los idiomas de Europa del Este (las dos coristas del grupo son búlgaras y el cantante principal es gitano), pero el contagio generado permitía el chamullo.
Así circularon piezas como "Mesecina" y "Ringe ringe raja", más un par de temas algo más solemnes, como "Ederlezi" y la notable "Ausencia". En todas ellas se dejó ver esta estructura de la banda, que es la que hace casi la totalidad del trabajo.
Bregovic, por su parte, toma la batuta por momentos, haciendo notar su voz aguardentosa e incrementando el aporte de su guitarra. En otros pasajes, en cambio, parece casi un fantasma, tocando un instrumento que no se escucha o sólo moviendo su mano rítmicamente. Incluso se permitió tomarse una canción completa para cambiar en escena una cuerda de su guitarra, mientras sus músicos seguían con el show como si nada.
Pero es el patrón de este fundo, el hombre cuyo nombre se antepone al de su Orquesta para Bodas y Funerales, y el que a través de su presencia recibe más aplausos para su obra y su dirección (que no deja de ser meritorio), que para su propia ejecución.
De todos modos, el serbio es también el hombre de la reserva moral y anímica, y así lo demostró con su ritual de los billetes (repartidos a sus músicos en la entrada) y con sus llamados a gritar "¡al ataque!", antes del cierre con la popular "Kalasnjikov".
A esas alturas, el recinto de Manuel Montt ya tenía desatado su propio carnaval. Más chico que el de hace dos años, pero muchísimo más intenso. En esa ocasión no quedó tan claro, pero esta vez sí: Ahora, Bregovic demostró que la música de los Balcanes y su propia fórmula, son también una efectiva banda sonora para las jornadas de juerga.