El joven director chileno Rodolfo Fischer condujo a la Filarmónica capitalia con gran manejo y decisión.
El Mercurio
A la Escuela Militar le correspondió ahora albergar a otro de los conjuntos que han debido emigrar de sus sedes habituales debido al terremoto. Se trata de la Orquesta Filarmónica de Santiago abordó en ese recinto obras del chileno Andrés Alcalde, de Richard Wagner y de Igor Stravinsky.
En la favorable acústica del Aula Magna de la Escuela Militar se escuchó a una orquesta que retoma la senda de la excelencia bajo la experta mano del chileno radicado en Europa, Rodolfo Fischer.
Como un homenaje a Igor Stravinsky fue que Andrés Alcalde escribió su “Stravinskiana”, obra en la que su autor no elude alusiones directas a obras del compositor ruso al presentar fragmentos muy similares a “La Consagración de la Primavera” y “Petroushka”, sobre los que realiza variados desarrollos. Algunos de ellos son de mayor fortuna que otros y además el autor recurre a ciertos esquemas del llamado “primitivismo”, presentando en forma recurrente un tema popular ruso.
Fischer supo sacar a luz los mejores valores de una obra irregular en focos de interés pues posee momentos muy atrayentes y otros demasiado extensos y reiterativos. El rendimiento de la orquesta debe ser calificado de muy bueno.
Canciones para Ángela
Los cinco “Wesendonck Lieder” de Richard Wagner nos permitieron escuchar una de las obras más profundas a la vez que abiertas en símbolos de Richard Wagner. En ella utiliza textos de Mathilde Wesendonck, quien fuera la esposa de uno de los empresarios que apoyaron económicamente a Wagner. Nunca tuvo mayores pudores morales. Mantuvo, por ejemplo, un tormentoso romance con Mathilde, aventura que le inspiró a la larga la composición de una de sus obras maestras, su ópera “Tristán e Isolda”, de la que algunos piensan que es una metáfora del amor entre Wagner Y Mathilde.
La solista fue la estupenda soprano chilena Ángela Marambio. Con un generoso y hermoso material captó estupendamente el carácter de cada de las cinco canciones que componen el ciclo. “El Ángel” que da inicio parte casi del ensueño en carácter melancólico, acentuado por el contenido sonido de la orquesta. “¡Detente!” la mostró con extraordinario manejo dinámico que fue muy bien correspondido por la orquesta.
El dominio de Fischer sobre la obra se manifestó en su totalidad en la tercera canción, que fue uno de los puntos más altos. Nos referimos a “En el Invernadero”, que utiliza el tema de uno de los preludios del “Tristán”. Este lied fue envuelto en un dramático arco expresivo, con un manejo dinámico de la mejor factura para un fragmento bastante avanzado en lo armónico.
Peso y manejo vocal se percibió en “Penas” y algo de esperanza en medio de la desesperación se pudo intuir en “Sueños”, que cierra el ciclo y que permitió observar los avances de Ángela Marambio, quien con prestancia abordó la difícil obra. No podemos soslayar el acompañamiento certero de Rodolfo Fischer y la orquesta.
Finalizaron con una espléndida versión de la Suite del ballet “El pájaro de fuego” que permitió tanto al director como a cada uno de sus músicos mostrar al máximo sus capacidades interpretativas. Estas fueron expuestas desde los limpios diálogos entre familias de la introducción, donde ya era perceptible el hermoso y pulcro sonido que se mantendría durante el resto de la obra. Al balance instrumental preciso, debemos sumar la estupenda participación de los diversos solos instrumentales en diversas secciones.
El gesto firme y expresivo de Fischer condujo diestramente los fraseos y diálogos instrumentales para culminar con el desenfreno de la “Danza fantástica de Katschei”, arrebatadora en fuerza y carácter que se contrastó con la “Canción de Cuna” que antecede al grandioso final marcado por una progresión dramática conmovedora. Un triunfo total que el público agradeció con interminables aplausos.