Patrick Chemla fue el encargado de liderar el
Sitio oficialBastante interesante pero con algunos reparos fue el programa ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Santiago en el Aula Magna de la Escuela Militar. José Luis Domínguez fue el maestro concertador de dos obras del Romanticismo y otra del chileno Juan Orrego Salas. Además debutó el violinista de origen francés Patrick Chemla.
En el presente año y con motivo del Bicentenario la Filarmónica incluirá en todos sus programas una obra de un compositor nacional. En esta oportunidad del prolífico compositor nacional residente en Estados Unidos Juan Orrego Salas interpretaron su “Rileys Merrimen”. Es una obra para gran orquesta muy bien orquestada que posee un fuerte carácter descriptivo. Es bastante ecléctica en su lenguaje musical pues encontramos alusiones que van desde fanfarrias tonales hasta lo expresionista, contrastando la atonalidad con la música de los musicales o el jazz. Incluso existe un guiño a Mahler con la irrupción de acordes de marchas militares que se contraponen al discurso musical.
Muy comprometido con la interesante partitura, José Luis Domínguez consiguió de la orquesta un estupendo sonido y un evidente compromiso de los músicos en la interpretación, provocando al concluir su brillante final la más entusiasta respuesta del público.
Violín sin estatura: lo que pudo haber sido
Luego se escuchó el bellísimo “Concierto para violín y orquesta Op. 64” de Felix Mendelssohn, una obra que goza de una enorme popularidad debido a su entrañable romanticismo. El intérprete fue Patrick Chemla, cuyo currículo hacía abrigar grandes expectativas. No obstante sólo podemos manifestar nuestro desencanto, pues en la función del día viernes el famoso solista estuvo muy alejado de lo que debía ser su real capacidad.
Sonido crudo, a veces duro y muy pequeño, afinación imperfecta y algunos problemas con las notas y los tiempos en algunos pasajes con la orquesta dejaron en claro que Chemla no estaba en su mejor día. Incluso se le vio bastante frío y distante, aunque Domínguez y la orquesta pusieran mucha pasión en la interpretación.
Las “cadenzas” que permiten gran lucimiento fueron sólo formales. Diremos que su musicalidad afloró apenas en ciertas ocasiones y por ello el público aplaudió sin duda la trayectoria y todo aquello que pudo haber sido. Los elementos técnicos de lucimiento los dejó para su “encore” un tema y variaciones sobre el Himno Nacional chileno que con su simpatía y atisbos de virtuosismo encantó a los asistentes.
El concierto finalizó con la “Sinfonía N° 6 Op. 74” de Piotr Ilich Tchaikovski, obra de profundidad casi metafísica. La versión de Domínguez es más extrovertida y realzó lo pasional por sobre lo interior que refleja el drama que vivía su autor mientras la escribía. Esta opción es válida y sin duda es producto de la juventud de Domínguez. De la orquesta diremos que siguió atentamente sus indicaciones y los pequeños desajustes en aspectos rítmicos no lograron empañar el resultado final.
Los solos instrumentales fueron de gran factura, particularmente en lo expresivo, así como algunas frases de algunas familias como ocurrió con lo chelos en el segundo movimiento de notable musicalidad. El tercer movimiento fue enérgico y brillante pero un poco confuso en las figuras rápidas, no obstante la progresión fue muy lograda. Por ello no fue sorpresa que el público aplaudiera entusiastamente al finalizar, sin reparar que aún restaba el cuarto, el singularmente bello y trágico “Adagio lamentoso”.
Domínguez, con un pulso más bien ágil, consiguió en este adagio una buena dosis de expresividad pero no el dolido sentimiento que lo embarga. En todo caso reiteramos la validez de su enfoque y valoramos el rendimiento que consiguió de sus músicos lo que habla muy bien del buen momento por el que pasa la Filarmónica.