Play, Moby. El músico neoyorquino se alejó de las referencias más comunes sobre su cualidad de músico electrónico.
El Mercurio"Honey" es apenas una de las tantas canciones del disco Play (1999) que Moby logró hacer sonar por el mundo entero. Prácticamente no hay quien no reconozca el riff de piano con que el tema comienza, y que luego suena sampleado una y otra vez, mientras una voz negra canta "get my honey come back, sometimes".
En la noche de martes, en su segunda vez en Santiago, el neoyorquino deja la pieza para el final, como parte del postre en su irregular espectáculo, pero la canción termina por transformarse simplemente en el mejor resumen de lo que Richard Melville ha hecho ya durante cerca de 90 minutos.
Con total renuncia a su electrónica de cuna, el tema parte ahora con el artista rasgueando monocorde su guitarra, para que la notable cantante Joy Malcolm comience a entonar los primeros versos. Moby se detiene, aumenta las distorsiones e inicia el característico riff. Su banda lo sigue en una versión pop, hasta que nuevamente cambia el rumbo y transforma la canción en "Whole lotta love", de Led Zeppelin, que ahora canta su tecladista Kelli Scarr. El rockeo es total, hasta que el músico vuelve a la pausa, para intentar unos solos lisérgicos y unos trances de wah-wah, sobre los que Malcolm vuelve a recordarnos que estábamos escuchando "Honey", que pronto se acaba de manera abrupta.
Podría parecer una inclinación a la diversidad, pero lo de Moby más bien transmite incomodidad. En la hilera de asientos que arma con su repertorio, algunos parecen ser de cojín duro, otros se hunden, se ven viejos, no se vislumbran confortables, se ven muy pequeños o como sea: Para Melville, ninguno pareciera ser demasiado apto para permanecer por algo más que un rato.
La sensación se transmite de manera inevitable al público, que simplemente no logra compenetrarse. Ayudados por el escaso carisma del neoyorquino, los asistentes permanecen más bien lejanos y, por momentos, igualmente incómodos con algunos baches imperdonables del artista. "Why does my heart feel so bad?" y "Natural blues" son los casos más claros, con la voz masculina de las pistas presente junto a la de Joy Malcolm (en la visita de 2005 se tuvo el cuidado de dejar todo en manos de la cantante), en una pisada que empaña y confunde.
La situación se resolvió en algo en temas como "Go", "Bodyrock", "Disco lies", "Lift me up" o "Stars", cuando el recinto de Parque O'Higgins se transformó en una discoteca de ritmos electrónicos e himnos pop, al alero de una eficiente mezcla de programaciones y banda en vivo. Pero también ocurre así en temas mucho más pausados, como las recientes "Shot in the back of the head" y "Mistake", además de la íntima versión de "In this world". En esos pasajes, el efecto sobre el público bien se acerca a la comunión.
Por eso incomoda más ver a este Moby. Porque entonces queda claro que éste es el mismo músico que conquistó el mundo hace una década, que se expandió como un virus por las radios, y que fue capaz de ponernos a todos a escuchar un solo disco. Hoy confiesa que le disgustan los motes que aluden a su pasado electrónico, pero despegarse de ellos no puede ser razón para tratar con tan poco cariño a su propio legado.