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De vuelta al redil

El primer concierto del año tuvo la agrupación clásica en su hábitat natural, el teatro Universidad de Chile, conocido popularmente como Teatro Baquedano. Un director argentino, un compositor israelita y un solista chileno llevaron la música a gran altura.

06 de Mayo de 2010 | 10:05 |
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Entre las cuerdas de una orquesta. Juan Pablo Aguayo destacó en el concierto para piccolo.

El Mercurio

De vuelta ya en su Teatro Baquedano la Orquesta Sinfónica de Chile continuó su temporada 2010, y no podía ser de mejor manera, con un teatro abarrotado de público y muchos sin poder ingresar al recinto. El primer concierto fue dirigido por el solvente maestro argentino Javier Logioia, que con gesto elegante y expresivo dirigió obras de Piazzolla, Dorman y Stravinsky. En ellas consiguió un sonido noble y hermoso, como ya nos tiene acostumbrado la Sinfónica.

Qué mejor que un director argentino para dirigir “Tangazo” de Astor Piazzolla, pues lleva en sus genes lo arrabalero que ayudará a sacar a luz la síntesis con lo docto que el autor pretende en sus obras. Atenta a la batuta y a las intencionalidades a veces populares o en las secuencias de contrapunto también presentes, la Sinfónica consiguió un gran éxito desde los primeros compases confiados a las cuerdas bajas, que dan inicio a un genial fugato. Al producirse el cambio a la sección rápida se destacaron los diálogos del oboe con las cuerdas y la percusión.

Piazzolla contrasta además un pequeño grupo instrumental con el “tutti”, en uno de los tantos giros dinámicos que le otorgan a la obra un interés creciente. Al concluir, el público estalló en las más merecidas ovaciones.

Luego Juan Pablo Aguayo, solista en flautín de la Sinfónica, interpretó el interesante y muy complejo “Concierto para piccolo y orquesta de cámara, con piano obligato” del joven compositor israelí Avner Dorman (n. 1975). La obra en tres movimientos tiene solo en el segundo de ellos, el “adagio cantabile”, la característica de concierto, mientras que en los extremos mantiene su forma de sinfonía concertante. Por eso el sonido del piccolo se funde con las cuerdas o el piano para otorgarle timbres y colores. El solista está obligado a permanentes contrastes insertos en secciones de gran virtuosismo las que fueron resueltas en gran forma por Aguayo.

La “cadenza”, acompañada por sutiles acordes, mostró las bondades técnicas y musicales del joven solista. Un ambiente oriental envuelve el “adagio cantabile” y su carácter lírico y sugerente creó un mágico ambiente en el que solista y conjunto triunfaron ampliamente.

Una especie de “movimiento perpetuo” es el tercero, que mostró al solista en el despliegue máximo de sus capacidades técnicas y musicales, encontrando en Logioia y la orquesta de cámara la contraparte perfecta. Este triunfo fue saludado con ovaciones por el público.

Una suite para la historia de la música

La segunda parte fue dedicada a dos obras de Igor Stravinsky. Primero la suite del ballet “Pulcinella”, que es una evocación del barroco temprano a la manera de Pergolesi con  elementos de la “Comedia del Arte”. La obra es bastante más compleja de lo que aparenta, tiene quiebres rítmicos y de carácter, va desde lo íntimo a lo extrovertido y además encarga a diversos músicos partes instrumentales nada sencillas.

Y como si fuera poco, se requiere un acercamiento tanto a lo barroco como a los elementos contemporáneos insertos en la partitura.
El director supo realzar balances, fraseos, articulaciones y por sobre todo con dosis de ironía y porqué no decirlo, hasta con humor en contraste con la melancolía. La respuesta de los músicos fue desde la finura barroca hasta la extroversión propia de la Comedia del Arte.

Debemos señalar la extraordinaria actuación de los instrumentistas en sus partes a solo y de la limpieza sonora lograda por la Sinfónica. La versión de la suite del ballet el “Pájaro de Fuego”, tuvo un enfoque definido privilegiando contrastes, pero en algunas secciones se produjeron inseguridades rítmicas y de notas, particularmente en los bronces. Las secciones como la “Danza infernal de Katschei” logró conmover por la fuerza impresa. La “Canción de Cuna” mostró la excelencia del fagot y el oboe, no obstante pensamos que el final perdió fuerza  expresiva. Sólo existió un buen crescendo que siempre logra gran impactos en el público. Otro estupendo concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile con un director invitado de jerarquía y objeciones mínimas.

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