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De maestros y de aprendices

Músicos de la Sinfónica mayor abrieron su espacio a nóveles baluartes de la Sinfónica menor. El resultado fue una experiencia musical favorable y exitosa que debe repetirse.

18 de Mayo de 2010 | 09:59 |
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Señor de la música. Francisco Rettig volvió a mostrar su categoría al frente de un orquesta que alternó integrantes.

El Mercurio

Completamente recuperado de una grave enfermedad, Francisco Rettig ocupó el podio en el reciente concierto de la temporada 2010 de la Orquesta Sinfónica de Chile. El programa mostró la versatilidad del director al enfrentar obras de los más diferentes estilos, así como fundiendo a los maestros de la Sinfónica con jóvenes de la Orquesta Nacional Juvenil.

“Saudades do Brazil Op. 67” de Darius Milhaud abrió el programa. Es una obra que ha perdido vigencia desde el éxito en su estreno obtenido gracias al elemento exótico que significaba el acercamiento del compositor europeo a los ritmos y melodías cariocas, en momentos cuando en 1922 (fecha de su composición), estaba vigorosa la influencia del estilo “impresionista”, referente sonoro para cualquier compositor. 

Esto hace que la obra esté envuelta en alusiones impresionistas restando gracia al color y gracia brasileras, y como cada una de las doce piezas es bastante breve apenas logran a captar el interés total del público. Resultó casi brutal la diferencia con la obra de Revueltas que cerró el concierto, de un franco y brillante nacionalismo. La versión de Rettig fue de todos modos cuidadosa, resaltando los contrastes y buscando lo cadencioso de la música. Así logró de los músicos una respuesta que engrandeció la partitura.

El violín de 24 años

Luego, el talentoso Gustavo Vergara, que pertenece a la fila de los violines segundos de la Sinfónica, abordó dos obras desafiantes a la vez que muy diferentes en estilo. Este joven de solo 24 años ya nos tiene acostumbrados a los desafíos pues confiado en su talento y acucioso estudio no les teme.

“Tzigane” de Maurice Ravel es una obra que pretende dentro de su virtuosismo entrar en la imaginería del carácter gitano. Este fue uno de los aspectos mejor logrados por Vergara, algo apreciable desde la introducción a manera de improvisación. A ello debemos agregar su innata musicalidad y hermoso sonido con el que buscó los contrastes que se fundieron con aquellos que a su vez lograron Rettig y sus músicos, no podemos soslayar el virtuosismo que Vergara derrocho en la sección en final, un triunfo para el solista y la orquesta.

Luego se interpretó la “Introducción y Rondó Caprichoso, Op. 28” de Camille Saint-Saëns. En esta obra, tanto solista como orquesta cambiaron bruscamente de estilo. El carácter se volvió melancólico y fino, incluso sutil en la orquesta durante la introducción. En ello contribuyó el gesto del Rettig que con gran musicalidad codujo a sus músicos por el romanticismo total de la obra. El virtuosismo exigido por Saint-Saëns fue abordado por Vergara con la solvencia conocida. La hermosa versión no se vio opacada por algunos acordes un poco desajustados de la orquesta que no coincidieron con algunas conclusiones de frase del violín.

A las ruidosas manifestaciones del público se agregó la orquesta reconociendo el trabajo de uno de los suyos. Creemos que esta iniciativa sinfónica, al permitir a sus músicos participar como solistas, es de la mayor importancia para el descubrimiento de nuevos valores en Chile.

La segunda parte contempló “La noche de los mayas”, suite de la música incidental para el film del mismo nombre escrita por el compositor mexicano Silvestre Revueltas. Además de los valores propios de la obra, esta ocasión sirvió para una inédita iniciativa la mitad de la orquesta cedió sus lugares a jóvenes provenientes de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, tal como si estuvieran el maestro y su aprendiz -aunque estos superaron con creces esta etapa-, con un resultado emocionante al ver a los “maestros” en compañía de jóvenes que desbordaban contagioso entusiasmo.

La obra repleta de colores, timbres y mixturas de notable riqueza, fue ofrecida en una espléndida versión en cada una de sus cuatro partes que son una síntesis perfecta entre lo docto (orquestación) y lo popular. Rettig logró balances contrastes, fraseos y articulaciones de arrebatadora factura, provocando una estruendosa ovación del público asistente, obligando a los intérpretes a repetir el final de la cuarta parte. Un éxito total para una experiencia digna de repetirse.