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210

01 de Junio de 2010 | 10:15 |
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En la pachanga popular local, las épocas del merengue-hip-hop, el axé y el reggaetón no han tenido una sucesión continua y regular. Entre ellas, las discotecas se han visto sumidas en temporadas de relativo "desgobierno", momentos privilegiados para el ingreso de nombres como Lou Bega, Azul Azul, Chocolate o La Mosca Tse-Tse, entre otros de una larga y olvidable lista. Sin embargo, tanto los períodos de estabilidad como los de anarquía han terminado respondiendo básicamente a lo mismo: El enjuague de fórmulas conocidas y regulares, su aplicación de manera desacomplejada y tosca, y el movimiento ubicado como el fin y como el medio. Todo con la más absoluta liviandad y ausencia de reparos, además de un marcado afán (y no instinto) comercial.

Esa historia perfectamente puede resumirse hoy en el chileno DJ Méndez, quien alguna vez asaltara el poder en uno de esos momentos de transición, con los tintes dance y carnavalescos de "Estocolmo" (1999) como discurso principal. Su último trabajo, 210, parece beber prácticamente de todas esas fuentes, conformando una mixtura que podría transformarse sin problemas en la banda sonora de un programa como "Yingo". Salvo las proclamas sentimentalonas con aspiraciones R&B de "Chileno e corazón" y "Madre mía", y los toques gangsta de "Padre nuestro", es la más simple parranda la que inspira este disco, en el que Méndez se hace notar preferentemente en los rapeos, dejando casi la totalidad de las partes melódicas en manos de invitados como Yoan Amor, La Noche y Augusto Schuster.

Las formas son diversas: se percibe algo del viejo merengue-hip-hop en "Lady", un tema que relee a fiambres como Los Ilegales y Proyecto Uno, y que tuvo su minuto de gloria en el último verano; en "Juego infantil", en tanto, se filtran aires de reggaetón romántico, mientras que "Ay ay ay" incluye en el compuesto a esa cumbia más atrevida que volvieran a imponer precisamente sus acompañantes de turno (La Noche). Algo más disonantes asoman los toques infantiles y la precariedad sonora de "Carolina", así como los resabios ochenteros y synth de "Vida triste vida loca".

De este modo, con 210, DJ Méndez vuelve a evidenciar algo que siempre ha estado más o menos claro: pueden pasar los años y se puede cambiar de ropajes, pero hay cánones éticos y estéticos que la música parrandera de inclinación masiva —esa que busca un efecto tan intenso como acotado— siempre ha repetido y siempre repetirá. No hay mucho por encontrar en lo último del chileno, entonces, pero de todos modos se rescata su aceptable factura para el rubro y su permanencia en el tiempo, sobre todo en medio de tanto bodrio que la importación sin filtro desde Puerto Rico ha traído hasta nuestras radios.

—Sebastián Cerda