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Robin Hood

18 de Junio de 2010 | 14:12 |
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A los diecinueve años el compositor alemán Marc Streitenfeld llegó tocando la puerta de Hans Zimmer para pedir trabajo en Los Angeles. Y tras una década apareciendo al final de los créditos de superproducciones como "Marea roja" (1995) y "Gladiador" (2000), en tareas de asistente, editor o consultor musical, terminó por robarle el puesto a su mentor. Ridley Scott, quien le había confiado sus últimas bandas sonoras a Zimmer, finalmente dejó atrás a sus grandes colaboradores (Vangelis, Jerry Goldsmith y el propio Zimmer) para convertir a Streitenfeld en su protegido. Y así ha ocurrido en sus cuatro últimas películas.

Streitenfeld se acomodó en el puesto con su ligera partitura para "A Good Year" (2006), la clave blusera que utilizó en "Gángster americano" (2007) y los sonidos étnicos que entretejió en "Red de mentiras" (2008). Pero nunca le había tocado trabajar en algo como "Robin Hood", una película de época, aventurera, de aquéllas que demandan una escritura sinfónica tradicional, como lo estableció mucho antes el influyente compositor Erich Wolfgang Korngold en "Las aventuras de Robin Hood" (1938).

Por eso es ahora cuando la caligrafía de Streitenfeld se nota más empeñosa que interesante, demasiado influida por la escuela Zimmer. Basta escuchar los ostinatos de "Fate Has Smiled Upon Us" y "Charge" con el motivo principal superpuesto para confundir a ambos autores. Los bronces fuertes y el recurrente uso de cuerdas graves para ejecutar el material temático son un sello que su profesor le inculcó y de los que no ha podido despegarse. La pobreza armónica de muchos de sus pasajes se deja engañar por el uso de gaitas, coros y explosiva percusión que expanden la paleta.

Los ripios en la composición de Streitenfeld no son tantos como arruinar por completo el trabajo, que en sus bases es muy funcional. Se llega a disfrutar la audición por algo muy básico, pero muy escaso en el Hollywood actual: la melodía. Tampoco se puede acusar falta de adrenalina en cortes como "Siege", momentos evocativos como aquella voz solista de Kathleen MacInnes que encanta en "Nottingham Burns" o los espacios en los que de lleno se introduce en la música celta, con "Planting The Fields" y "Merry Men". La sensación final es que Streitenfeld, pese a estar más de una década viendo de cerca cómo otros trabajan, aún no se gradúa de la escuela.

—Felipe Vásquez N.

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