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Calamaro on the rock

25 de Junio de 2010 | 11:53 |
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Vista en perspectiva, la producción del Calamaro “renacido” brilla por su desprolijidad. O el zigzagueante paso del songwriter al mestizaje latino. Desde el  subvalorado quintuple El salmón (2001) -con 103 canciones grabadas en su propia casa- y su publicitado retorno al negocio del pop cuatro años después, todo ha sido un caos. Ahí están, sobrevivientes, las decenas de mp3 -desde colaboraciones a inéditos-  que en sus años oscuros colgó a internet. También las cajas compilatorias, tributos, discos en vivo y DVDs, en distintos formatos y precios. Y, por supuesto, las grabaciones oficiales: El cantante (2004), El palacio de las flores (2006) y La lengua popular (2007). El primero de versiones del repertorio latinoamericano. Los dos últimos, sostenidos por el mismo repertorio que subió a la red.

On the rock evidencia aun más este tránsito de un cancionista inspirado en Dylan-Waits-Stones a un cantante-para las-masas con serias intenciones de quitarle el lugar a Juanes y Álex Ubago. O, si se quiere, un disco donde el setenta por ciento es flamenco, ranchera, cumbia villera y algo de rapeo. Por cierto, es muy raro escuchar a Calle 13 y Calamaro al mismo tiempo. Pero sólo en ese treinta por ciento restante, la cosa toma vuelo. Canciones donde Calamaro aún no consigue extirpar las artes compositivas concentradas entre el Por mirarte (1988) y Honestidad brutal (1999), además del paso por Los Rodríguez. Rock adulto, letras estremecedoras y una sensación de aventura que conviertieron a Andrés en el “poeta fertil dándose a conocer”, como reza una de sus canciones viejas.

Primero, la extraordinaria “Barcos”. Un auténtico flamenco apasionado y sufriente gracias al desgarrado canto de Diego “El Cigala”. O la emotiva “Todos se van”. Una canción sobre el sentirse solo y ver como todo el mundo se la está pasando bien. Tan influenciada por el Bob Dylan contemporáneo que incluso frasea exactamente como él. Y eso no es nada fácil. Remítase a los versos “de lo que alguna vez fue un corazón” y asómbrese. Tal como “Los divinos” que, si bien, podría considerarse casi una parodia del hablante lírico recurrente de Calamaro (un tipo solo en la ciudad) desarma con una frase tan vulgar que acá se eleva y emociona: “nadie, nadie me da bola”. No es casual que se repita tantas veces, sobretodo hacia el final.

“Gomontonera” es ese hard rock de guitarras cargadas que Calamaro ya había desarrollado en “All you need is pop”, pero que acá tiene un subtexto político. Algo que se hace explícito en otro rescate: “El Perro”, canción usada para el programa de Lanata en los años más duros de la Argentina reciente y que parafrasea una frase maldita que Pinochet usó para justificar el horror de la Moneda bombardeada: “Muerto el perro se acabó la rabia”. Es ese Calamaro, el rabioso, brutal y político el que se está apagando. Pero aun sigue resistiendo dentro de  un disco con clara vocación de romper el cerco que el gran mercado latinoamericano aun le niega

—JC Ramírez Figueroa