El periodista Juan Antonio Muñoz hace un recorrido histórico de la voz desde la Eda Media hasta el siglo XX.
Mercurio AguilarSANTIAGO.- “En este libro no te vas a encontrar nunca con Placido Domingo”, dice Juan Antonio Muñoz, editor de El Mercurio y periodista de larga data especializado en ópera. Es el autor de “El canto de los siglos”, texto que presentará en sociedad el próximo 1 de julio y con el que intenta develar algunas señales sobre la voz y sus misterios.
“Yo creo que Placido Domingo es un excelente cantante, de eso no hay dudas. Pero no tengo cercanía con él. Me da pudor decirlo, pero éste es un libro súper personal”, decreta Muñoz, y a partir de allí se ubican las claves de la narración, su recorrido y su sentido estrictamente estético.
No es un texto musicológico ni histórico. Los cantantes y los autores de música para voz no se ordenan ni alfabética ni temáticamente: “Más bien aparecen aquí a partir de las emociones que me han generado durante mi vida. Siempre hay un acto de amor al escuchar a un cantante, una ópera o una obra y creo que en el fondo uno al final ama a estas personas”, dice.
“El canto de los siglos”, que tiene uno de sus prólogos firmado por la eminente soprano húngara Sylvia Sass ("El misterio de la voz"; el otro es "Un recorrido personalísimo" de Francisco José Folch), avanza desde la Edad Media y el Renacimiento, con figuras como Hildegard von Bingen o Josquin des Pres, hasta rematar en los quiebres con la melodía ejecutados en las obras de Bela Bartok en el siglo XX. “Aquí es cuando el apego por la melodía se va difuminando. Con Bartok los sentidos que provoca la música están por encima de la música en sí misma”.
La luz del faro
Pero los capítulos que transitan por el Barroco vocal tienen un peso específico en el análisis de Juan Antonio Muñoz, “porque es en ese período cuando se instala la música en general y la lírica en particular. El Barroco alumbra al canto incluso hasta el siglo XX”. Nombres de compositores clave en el nacimiento de la ópera formalmente como Monteverdi y su “Orfeo” o “La coronación de Popea” en el Barroco, a través del capítulo “Faros en la noche de la música”.
Otras variantes del período se despliegan vía compositores como Purcell en el Barroco profundo inglés, Charpentier, Rameau o Campra en el Barroco francés, y la injustamente olvidada Barbara Strozzi en el Barroco italiano. Luego sigue avanzando en el tiempo con otros nombres como el clásico e indestructible Mozart, las canciones cultas o Lieder de Schubert, y el desarrollo del belcanto como subgénero dentro de la ópera a través de la tríada de autores italianos Rossini, Bellini y Donizetti.
El libro de ensayos incluye un artículo sobre la famosa soprano Maria Callas que Muñoz publicó en las páginas de Artes y Letras de El Mercurio además de extractos de entrevistas realizadas dentro y fuera de Chile con importantes cantantes de la lírica reciente que tocan el tema del uso de la voz: el español Alfredo Kraus, las suecas Birgit Nilsson y Elisabeth Söderström, el alemán Aribert Reimann, la austríaca Elisabeth Schwarzkopf y el italiano Giuseppe Liberto.
"Cabe, pues, contemplar el placer erótico (búsqueda de goce o angustia) desplazado del sexo y como arriesgado y excitante juego —moral alguna vez excluida—. Tal partida puede desarrollarse incluso en función de una figura ausente (un personaje, un cantante, un artista), cuya compañía se evoca, empujada en secreto por el ansia de unión.
" Es, en suma, la posesión erótica que se consuma al margen de la materialidad del sexo, pero en función de él. Un tema recurrente en Richard Wagner, donde la ausencia de clímax en 'Tristán e Isolda' oculta la perpetuación del mismo. La actriz Marlene Dietrich decía que los amantes, para continuar siéndolo, nunca deben ir juntos a la cama.
" No satisfacer el deseo sino mantenerlo en un crescendo constante, interminable.
(En la idea de la unión de profundis a la que aspira Wagner, quizás se olvida el instante de eternidad posible en el sexo… Finire in bellezza…)
"El juego de intercambio entre la voz y el auditor es también el lugar donde todo esto se produce. Ahí, la seducción está aceptada como estrategia. Llega a ser vital. El que escucha añora ser alcanzado por la voz, que lo lleva a alturas o profundidades insospechadas. Él mismo se reconoce en esa voz y acepta el beso del espejo. Como Narciso. En esa unión, el espíritu y la carne se estremecen. Las ondas sonoras corren por el organismo, reencarnadas en flujo y fluido. Tristán e Isolda, ya que no en ellos, se aman al fin en el que escucha y en el que canta. El clímax se alcanza más allá de la partitura, fuera del tiempo y el espacio. En nosotros.