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Exclusivo: Diego Luna habla de su visita a Chile y de su debut como director

El mexicano llegará al país para participar de la sexta edición de Sanfic, festival que comienza este martes 17 y que tendrá a la cinta "Abel" como una de sus principales cartas.

15 de Agosto de 2010 | 14:40 | Por Ernesto Garratt Viñes, El Mercurio

SANTIAGO.- Al otro lado del fono el actor Diego Luna, 30 años y celebridad del cine mexicano y mundial, trata de poner calma a sus agitadas jornadas. Que tiene que tomar un avión, que debe asistir a una conferencia de prensa en México, que debe pasar tiempo con su hija recién nacida...

Así y todo, se dará tiempo para venir a la sexta edición del Sanfic, el festival de cine de Santiago, donde presentará dos títulos que cuentan con su aporte como director de cine: La compilación de cortos mexicanos llamada “Revolución”  (donde hay directores como Rodrigo García y su amigo Gael García Bernal) y el largometraje “Abel”, un estupendo trabajo sobre un niño que comienza a actuar como el padre de la familia, en ausencia de su progenitor.

-¿Va a ser tu primera visita a Chile?
-No, va a ser mi primera visita al Festival. A Chile por suerte he ido varias veces. El viaje más divertido fue hace como tres años por Colchagua, que me eché un buen ratito allí, como una semana. Sí, maravilloso la verdad... tomando vino, comiendo delicioso y viajando un poquito. A Santiago también he ido un par de veces, tengo amigos allá, no tanto del cine, sino de otras épocas, de viajes que hice y de gente que me fui encontrando por ahí en las fiestas.

-Cuando eras joven e indocumentado...
-Cuando era... indocumentado sigo siendo, pero... cuando era joven y dueño de mis noches. Ahora que soy padre de familia, ya no.

-“Abel”, tu filme, destaca por tu capacidad como director y quería llevarte un poco a tus tiempos de infancia, porque creciste en Aguascalientes, donde se ambienta la historia de tu cinta...
-Sí estuve un tiempo ahí. Todo venía de un libro que leí de David Trueba, que proponía a un niño que tenía una condición rara. Que a veces se hacía adulto y  a veces niño. Se me quedó grabado eso en la cabeza, y luego una vez fui a ver un Hamlet con mi papá, y me acuerdo del montaje, que el actor que hacía de Hamlet tenía una cara como de bebé. Era un joven, pero tenía cara de niño y me acuerdo que nos quedamos platicando y fantaseando con la idea de hacer algún día un Hamlet niño. Que básicamente hablaba de lo que habla Abel, un niño que tiene que ser rey antes de tiempo por la ausencia de su padre. Y una relación casi edípica con la madre. Eso se quedó ahí, dando vueltas en el tintero, pero luego me di cuenta de que, en realidad, lo que estaba haciendo era hablar de mí.

El padre de Diego Luna, un hombre vinculado al mundo del teatro (un reconocido escenográfo), quedó viudo cuando Diego era apenas un niño de 6 años. Y el actor tuvo que aprender a lidiar con esa ausencia materna, sin considerar el hecho de que, como su personaje Abel, Diego Luna también fue un niño que de alguna manera se hizo responsable por su hogar, trabajando desde temprana edad como actor.

Y aceptar tal coincidencia no fue un tema menor. “Pero para eso me costó un poquito de tiempo reconocerlo y aceptarlo. Y una vez que lo acepté fue más sencillo. Y sí, hacer una reflexión de un niño que desea ser adulto por pertenecer al mundo de su madre... que un poco en mi caso fue así, pero al revés. Cambié los roles para que no doliera tanto. Pero en mi caso fue mi padre el que tuvo que ser padre y madre, y yo tuve que tomar una decisión que es como pertenecer a su mundo y estar cerca de él. Y este mundo además, al que él pertenecía, sí era muy alucinante, porque mi padre hace escenografías de teatro, entonces estar en el mundo del teatro era mucho más emocionante que cualquier cosa que pudiera pasar en la escuela. Y eso me obligó a relacionarme con un mundo adulto y a trabajar desde los 6 años y a involucrarme. Entonces por ahí va la reflexión”.

“Pero también la reflexión tiene otro ángulo, que es que me convertí en papá. Hace dos años nació mi primer hijo... y en el personaje de la madre, también en el del padre, pues están reflejadas muchas de las cosas que me llevan dando vueltas en la cabeza y torturando en estos últimos tres o cuatro años de mi vida”.

-Un gran tema la paternidad.
-Sí, la paternidad y esta idea de que todo lo que hacemos tiene una relación directa sobre nuestros hijos... que cada decisión que vamos tomando afecta directamente su vida. Es una idea que fácilmente te puede convertir en una pesadilla. Es una presión fuertísima, una sensación que yo no tenía en la vida. Era mucho más fácil moverse antes.

-¿Cómo es el vínculo con tu papá, le gusta tu trabajo?
-Sí, mi papá primero era mi crítico más duro y, de repente, pues también él creció y ahora se ha vuelto el público más fácil. Es implacable con el mundo entero, es implacable con la gente con la que trabaja, pero conmigo es el público más sencillo... antes de que comiencen los créditos ya lo tengo en la bolsa la verdad. Hay una relación muy fuerte ahí, de mucha admiración, mucho respeto, mucho amor... Yo hago esto por él, y de alguna manera el brinco para empezar a dirigir se lo debo a él.

-¿Qué es más difícil, ser hijo o ser padre?
-Yo creo que es más difícil ser padre en todo sentido, porque hasta te hace replantearte con tu padre como hijo. De alguna manera ser padre trae un cambio a tu percepción de la vida. Ya no da tiempo para corregir aquello que hiciste como hijo. De alguna manera ser padre te hace replantearte la relación con tus propios padres y, por ende, realmente reconocer lo que es ser hijo. Yo creo que uno no termina de ser hijo hasta que se vuelve padre.

-¿Y ser actor o director?
-Ahí sí es distinto. Hay mil maneras de ser director... he trabajado con algunos que no saben hablar con los actores, y con otros que lo único que les importa es el trabajo del actor. He trabajado con directores que formalmente son fotógrafos o escritores, y que terminan haciéndolo muy bien. Creo que ahí sí el camino cada uno se lo puede ir inventando. Eso sí que es mucho más complicado que ser actor, porque tiene que haber una claridad en el discurso. Yo creo en el cine que cuentan los directores.

Niño-actor

-Quiero preguntarte por lo difícil que te pudo haber resultado hacer Abel, en el sentido de trabajar con niños. ¿Ayudó el hecho de que hayas sido un niño-actor?
-De alguna manera me dediqué a generar ese lugar perfecto donde se podía dar el proceso de un niño... o sea, todo lo que yo no tuve. De alguna manera era donde más cómodo me sentía. Inventamos un sistema de trabajo para que el niño realmente se pudiera encontrar con el personaje, con los momentos. Él no leyó el guión, no conocía la historia y a diario yo se la iba presentando paso a pasito. Entonces íbamos filmando en orden. Por ejemplo el personaje que hace Anselmo se lo presentamos como el tío, hasta que en la cuarta semana de rodaje se dio cuenta que era su papá. Hubo varios juegos ahí...

-¿Cómo era un día tuyo como actor de niño? No sé, en “El abuelo y yo”.
-Muy distinto. De alguna manera, lo que me hacía ser tan bueno como actor era que me podían tratar como adulto, que yo vivía un poco con las reglas con las que operaban los adultos. Y recuerdo que eso era emocionante, pero ahora, a la distancia, también muy injusto, porque vives con una presión terrible encima. Recuerdo que leía un guión y tú decidías cuáles eran las escenas difíciles: “aquí tengo que llorar, aquí tengo que darle un beso a no sé quién, aquí grito y me enojo”. Y entonces decidías que esas tres escenas eran las más difíciles y te pasabas todo el rodaje pensando en eso. En tres semanas vienen, en dos semanas vienen. Entonces la idea aquí era quitar esa presión. Todos los días conocías el resto en la mañana y lo cumplías en la noche, y ya se había acabado. Y te ibas a casa festejando.