Una combinación atípica y admirable entre búsqueda y porfía anima en la última década a Robert Plant. Sus actuales 62 años de edad avanzan como los de ningún otro músico de su generación: activos en la creación, y libres de las ataduras y privilegios que entraña cargar con un currículo de leyenda. Contra los fans, la prensa y sus amigos, el cantante se ha empeñado en que el mundo le preste tanta atención a su presente como a su pasado. Saben él y sus seguidores más curiosos que a una voz como la suya es mejor tenerla desafiada en proyectos que rompan con el blues-rock, antes que ocupada en cobrar por una predecible reunión de Led Zeppelin.
Band of joy, su nuevo disco, es un trabajo diáfano y con fuerza, diferente en arreglos, pero tanto o más cuidado que el precioso Raising sand que hace tres años lo ocupó junto a la cantante estadounidense de bluegrass Alison Krauss. Aunque esta vez casi todo el canto es suyo, se mantiene de ese alabado álbum una misma línea de sugerencia y misterio. La principal sorpresa de las últimas publicaciones de Plant es que cautivan incluso al auditor reacio a los alardes rockeros de su antigua banda.
El cantante se ha sumido en una investigación personal sobre música folk, no limitándola sólo a las vetas convencionales de la canción estadounidense de raíz, sino, también, buscando sonidos equivalentes en la tradición británica y en propuestas independientes contemporáneas. Band of joy integra, por ejemplo, dos composiciones originales de Low, sombría banda joven de Minesota (pionera en el llamado slowcore), así como versiones suyas para temas de Los Lobos, Townes Van Zandt y Richard Thompson. Es la más pura raíz del canto popular anglo y con guitarra lo que sostiene este disco bien cantado, cómo no, pero aún mejor arreglado: enérgico, imaginativo y poderoso dentro de una cierta medida. Es música adulta y masculina, con innegable caracter de autor y asombrosa solidez interpretativa. Al lado de otras leyendas-karaoke de su generación, Plant demuestra cuánto mejor suena la nostalgia creativa que el remedo virtuoso.
—Marisol García