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Swanlights

La música de Antony Hegarty merece ya un tratamiento de gran figura, cuya trascendencia está asegurada incluso antes de que el británico cumpla cuarenta años de edad.

15 de Octubre de 2010 | 14:42 |
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Es el álbum más frágil y austero de su discografía el que ahora publica Antony Hegarty. Su canto conmovedor siempre ha estado al borde de quebrarse, es cierto, pero ahora se acomoda entre timbres a veces mínimos, casi imperceptibles. No hay ya grandes arreglos de cuerdas ni bronces, y es lógico que en ese despojo haya una intencionalidad declarada: Hegarty comenzó a acercarse en los últimos años a compositores y arreglistas de vanguardia, como Nico Muhly, y ciertas lecciones minimalistas han hecho mella en su estilo. Algunas críticas extranjeras para este disco hablan de Steve Reich, de Van Dyke Parks, de Kurt Weill: la música de Antony and the Johnsons merece ya un tratamiento de gran figura, cuya trascendencia está asegurada incluso antes de que el británico cumpla cuarenta años de edad.

El grueso de su aporte es como cantante: Hegarty mantiene una voz que es capaz de subir y bajar por varias octavas sin pirotecnia, y que sabe alternar la belleza de su fraseo a espacios extendidos de silencio, murmullos, susurros (en tal sentido, la canción "Swanlights" es una clase de ductilidad vocal). Luego, como letrista, el músico sigue articulando una emocionalidad marginal a las convenciones de la canción amor: no teme explayarse sobre sus dudas pero también sobre el entusiasmo que le produce el encuentro.

Su canto es una reivindicación gigantesca y estimulante de aquellas formas amorosas que se saltan la norma para conectarse con una intimidad honesta y pura. Por último, en arreglos, Hegarty se ha tomado en serio el papel autoral que antes sólo ensayaba: dirige a sus invitados de acuerdo a sus pretensiones, y logra hacerlos convivir en un universo sonoro cerrado en sí mismo. Cuando, por ejemplo, canta "Flétta" junto a Björk, la islandesa más famosa del mundo no puede escaparse con extravagancias propias: sabe que está junto a un artista de tanta o más sensibilidad que la suya, y acopla su canto al de un hombre que levanta en este álbum música popular paralela al pop, exigente para el auditor pero enormemente gratificante para quienes aún confían en la canción como el vehículo más trasparente de transmisión emocional.

—Marisol García