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Afrocubism

22 de Octubre de 2010 | 09:40 |
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Es posible identificar a este disco como el Buena Vista Social Club, parte II. Su historia está vinculada, e incluso precede, a ese hito del sonido cubano para el mundo. Nick Gold, el fundador del sello Nonesuch, planeaba grabar este álbum hace catorce años. Su idea era articular desde La Habana un encuentro entre músicos de Mali y Cuba, plasmando al fin la evidente raíz común de dos de las más ricas tradiciones musicales del mundo. Sin embargo, problemas de visas frustraron el sueño del ejecutivo, quien ya había reclutado a Ry Cooder como productor. Para distraer la decepción, la dupla reunió a viejos soneros cubanos y los puso a cantar viejos estándares isleños. Vinieron Buena Vista Social Club, el impacto mundial, Wim Wenders y el fenómeno. Como se ve, el disco de música del mundo más importante de los últimos veinte años sucedió por accidente.

Afrocubism plasma al fin ese sueño largamente aplazado, y su sonido da la impresión de que todas las dificultades enfrentadas sólo pulieron un resultado tan fino. Los involucrados son figuras históricas de la música africana y cubana: Elíades Ochoa, Toumani Diabaté, Basekou Kouyate y Kasse Mady, entre otros. Una grabación en Madrid coordinó agendas y arreglos apenas ensayados. En armonía asombrosa fueron registrándose en sólo cuatro días voces en varios idiomas, guitarras acústicas, congas, bongós, contrabajo, trompetas y maracas del Caribe, e instrumentos de cuerda y percusión de África Occidental, tales como el kora (suerte de mezcla de arpa y laúd), balafón (un ipo de xilofóno), ngoni (un ancestro del banjo) o tama (tambor).

El repertorio es menos bailable que el de Buena Vista Social Club; hay menos canciones de amor y varias piezas instrumentales. Los dúos entre Elíades Ochoa y Toumani Diabaté (como el de "Al vaivén de mi carreta") son un lujo inédito en la historia, por el precioso registro vocal de ambos pero, también, por cómo cada uno comparte en su idioma similares recuerdos de esfuerzo de la vida campesina. Ese diálogo empático, sin traducción posible para ellos ni para quien escucha, es también el de los instrumentos y ritmos, que de golpe saltan un océano completo y nos ejemplifican en pocos acordes lo que infinitas investigaciones han intentado contarnos sobre la relación musical entre África y el Caribe.

Las raíces negras quedaron a disposición de los descendientes de antiguos esclavos, africanos sacados a la fuerza de su tierra y obligados a desarrollar otra cultura en América. Es un re-encuentro generacional y geográfico que viene dándose de modo ordenado desde los años cincuenta, gracias a orquestas de cita mutua, como la All Star Band o la Baobab. Incluso Elíades Ochoa grabó alguna vez un disco junto al camerunés Manu Dibango (CubÁfrica, 1998). Pero la amplitud de timbres y ritmos de este disco es inédita.

Las discos de colaboración suelen ser productos bien calculados, acomodados entre amigos, productores o ejecutivos, con un concepto comercial puesto por delante del necesario asombro que debe surgir en un trabajo colectivo inédito. Lo que primó en Afrocubism, en cambio, fue la confianza en la hermandad indeleble de una música de comunes raíz y sentimiento. Estamos no sólo frente a uno de los mejores discos del año, sino frente a un vehículo de transmisión cultural, que nos permite conocer mejor culturas y tradiciones. El oído ignorante descubrirá un sonido maravilloso; el erudito, la raíz que sostiene a casi toda la música occidental. Ambos lo disfrutarán.

—Marisol García

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