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Harry Potter and the Deathly Hallows, part 1

26 de Noviembre de 2010 | 15:05 |
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La saga de "Harry Potter" se ha caracterizado por presentar una unidad e identidad fílmica que es loable, más aún por el constante recambio de directores a través de las siete películas ya estrenadas (el único que ha perdurado es David Yates), y en aquel contexto las distintas plumas que han pasado para escribir la música han sabido heredar de sus predecesores, pero siempre añadiendo sus propios condimentos. Los pilares fueron creados por John Williams en las tres primeras películas -la segunda firmada por William Ross basándose en sus temas-, luego la batuta pasó a los británicos Patrick Doyle y Nicholas Hooper, y ahora, para cerrar la historia, llega el compositor más solicitado en Hollywood: Alexandre Desplat.

Cada vez que su nombre aparece en los créditos, el compositor francés reafirma la versatilidad y cuidado con el que trabaja cada una de sus partituras. Más allá de ser conocido inicialmente por estructuras minimalistas y ensambles pequeños de músicos, Desplat ha demostrado que maneja la escritura para orquesta completa con gran soltura, insinuación que se transformó en realidad con su trabajo para “La brújula dorada”.

“Harry Potter” se transformó en la prueba de fuego para Desplat en el terreno fantástico, un territorio frágil por la fuerte presión que pudiese sentir para recoger el material de las seis películas que se hicieron con anterioridad, especialmente la base musical creada por Williams. Desplat mantiene cierto tono, pero no recurre al material melódico de archivo, con la sola excepción del tradicional tema de Hedwig que a estas alturas sería un descriterio omitir.

Los personajes han crecido en todos estos años, no son los niños traviesos de Hogwarts, y la música refleja esa madurez con un tono bastante menos juguetón que las primeras cintas. De hecho, se escuchan piezas muy dramáticas como “Ron Leaves”, con un precioso trabajo para cello, y también en la conclusiva pieza “Farewell to Dobby”. Desplat no economiza en las secuencias de acción con una escritura profusa, de fuertes bronces, pero sin perder el interés por las cuerdas (“Sky Battle” y “Rescuing Hermione”). En otras ocasiones realza sus sellos: el pulsante ritmo de los vientos y el aprovechamiento total de la sonoridad de los timbales.

La música de Desplat se desmarca en muchos sentidos de las anteriores películas, aprovechando la transformación de sus personajes. El tono oscuro de la cinta está reflejado en su paralelo musical, sin llegar a las complejas disonancias que Williams compuso para el terrorífico tercer capítulo de la saga. El francés incluso se da el lujo de usar instrumentos ajenos a la orquesta tradicional, como es el shakuhachi y la tiorba, construyendo un trabajo interesante, pero que pierde peso en el contexto de una saga que no ha valorado la continuidad del material temático.

—Felipe Vásquez