Los largos espacios cronológicos que se ha permitido Carlos Cabezas entre publicaciones —aunque su trayecto solista acumula ya cinco álbumes, éste se considera su primer álbum propiamente autoral desde El resplandor (1997)— son, a fin de cuentas, ventaja para una música que parece nacer siempre desde un lugar diferente, sin un aparente vínculo con tendencias ni con un cauce creativo predeterminado. Las canciones de Desamanecer suenan frescas y a la vez profundas, y, sobre todo, se escuchan desde el asombro que produce su esencial inasibilidad. ¿De dónde vienen estas melodías pausadas? ¿Por qué surgen estos versos casi siempre redactados en segunda persona? ¿Están todos ellos dirigidos a una misma persona?
Desamanecer aumenta ese cierto misterio inseparable que carga la música de Carlos Cabezas desde sus composiciones para Electrodomésticos, pero también resuelve varias dudas sobre las opciones creativas de su autor: el ovallino se acomoda cada vez mejor a su doble función de cantante y guitarrista, y maneja ambas responsabilidades con soltura. En lo vocal, es capaz de afirmar ese timbre crepuscular que lo caracteriza sin impostaciones y con fresca ductilidad. En la guitarra, Cabezas es ya un instrumentista reconciliado con las estructuras de la canción popular, que aunque aún no levanta estribillos súper tarareables (ésta sigue siendo música exigente para un oído educado sólo en radio, por ejemplo), puede armar sin problemas un críptico bolero en "Por última vez" y cederles espacios a quienes puedan apoyar estas canciones en su tendencia ya sea al crescendo ("Desaparecer", "Aire claro") o a la densificación de atmósferas ("Yo me despido"). Eso incluye coros de onomatopeyas varias, sintetizadores vibrantes, solos de guitarra eléctrica desplegados sin alardes y, sobre todo, un trabajo de bronces brillante (dirigido por Fernando Julio y Titae Lindl).
Las trompetas enriquecen temas como "Cada vez que te vi", y elevan a una categoría superior la brillante "El viaje", homenaje rockero-andino al paisaje chileno, a la tensión citadina, a los magníficos resultados que en Chile siempre ha traído vincular la cantautoría urbana a las tradiciones populares de nuestro folclore. "El viaje" puede ser el punto cúlmine de una búsqueda, o sólo una parada excepcional en un trayecto sin señas convencionales, capaz aún de anteponer en el auditor el asombro al juicio.
—Marisol García