El británico no aceptó regalos: Tras cumplir con su repertorio, simplemente se despidió y se fue.
Luciano RiquelmeVIÑA DEL MAR.- Ya forman un club aparte en la historia del Festival de Viña del Mar: Bandas como The Police, Faith No More y Franz Ferdinand, que gracias a presentaciones de altura, pero desviadas de la trayectoria firme que sigue este certamen, resultaron inusuales, inesperadas y llamativas. En el contexto, verdaderos mitos.
Ese grupo esta noche recibió a un nuevo integrante, luego de que se concretara el esperado show de Morrissey, una presentación que en el papel resultaba descolocante tanto para los fieles de este evento como para los seguidores del mismo británico.
Pero ocurrió. El ex The Smiths pisó el escenario en el que nadie habría apostado verlo y anotó un hito para éste, que parte en su sola presencia, sigue por un repertorio que en Chile se acunó en el under, y se extiende hasta las particularidades de su carisma.
Desde la apertura cerca de la 01:00 horas, fue entregando de forma dosificada todos esos elementos, combinando temas clásicos de su ex banda y de su propio repertorio, con otros extraídos de discos más recientes como You are the quarry o Ringleader of the tormentors.
El inicio fue algo distante, y acusando cierta falta de rodaje (ésta es la primera estación de su gira sudamericana) en versiones ralentadas para los clásicos "There is a light that never goes out" y "Everyday is like sunday".
Sin embargo, lentamente fue despegándose del enclaustrado personaje que lo ha acompañado a lo largo de su carrera, para mostrar al cincuentón afable y acogedor que hoy puede llegar a ser, y siempre manteniendo las cuotas de dramatismo, comicidad e ironía que lo han caracterizado.
Así, abrazó con efusividad a una fanática en primera fila, mostró su pálido torso y arrojó su camisa sudada al público, tomó cuanta mano se le acercó en la pasarela, condenó teatralmente la producción animal en "Meat is murder", y festinó con una Gaviota que, por cierto, no recibió.
Porque el final de su actuación fue abrupto y sorpresivo, comunicado con una simple despedida tras 70 minutos de show, y sin dar pie a que se le entregara trofeo alguno.
Puede que en ello haya una cuota de polémica para los tradicionalistas del Festival, aunque en el saldo final sea completamente irrelevante. En cambio, si es que el factor estuvo presente fue en las alteraciones que el británico provocó a la competencia folclórica, que debió suspenderse para la instalación de sus equipos. La determinación causó la molestia del jurado del certamen, que como forma de solidarizar con los competidores, se ausentó de la presentación.
Pero lo más probable es que nada de eso quede escrito en el resumen final del paso de Morrissey por el Festival de Viña del Mar. Más allá de las posibles polémicas y de la entrega de trofeos, la presencia del británico es de ésas que el evento debe agradecer.
Desde hoy, las fronteras del certamen se han expandido, y nuevamente ha quedado demostrado que las escenas que el evento atesora pueden imprimirse de la mano de la excelencia, sin necesidad de acudir sólo al ídolo latino de siempre. Y eso, al final, vale más que cualquier antorcha o gaviota.