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The Endless River

Sin piezas memorables, y con paisajes sonoros más que con canciones, el histórico grupo baja el telón de la última parte de su historia, dando cuenta de que incluso para Pink Floyd es difícil estar a una altura tan grande como la propia.

14 de Noviembre de 2014 | 13:50 |
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Con todo el recorrido y el equipaje que acarrea el status de ser uno de los grupos musicales más importantes de la historia, Pink Floyd no es sólo un grupo. Son dos al menos las bandas que conviven su identidad. Más acá de sus estimulantes inicios tan espaciales como psicodélicos, éste es desde luego un nombre basal en el rock progresivo, ese movimiento desplegado en los años '70 que sustituyó la inmediatez y la instantaneidad de la canción por la ambición de la obra de largo aliento, con ejemplos cumbres en este caso como Dark side of the moon (1973) o The wall (1978), por nombrar sólo los más universales. Pero es también el grupo que mejor supo de todos modos traducir esa opción estética a lógica de la canción, con ejemplos de distinta data como "Money" o "Learning to fly", y con auténticos himnos como "Wish you were here" o "Another brick in the wall" a modo de evidencia.

Así también The endless river no establece siempre el mismo tipo de relación con ese legado. Son dos formas las que tiene el más reciente álbum de Pink Floyd de instalarse en la trayectoria del grupo. En un primer nivel remite de lleno al carácter progresivo, porque está articulado como la suma de cuatro "suites" que coinciden con las cuatro caras de un doble disco de vinilo, y formadas cada una por varias "partes", en una muestra de estructura típica de ese subgénero rockero. "Un fluir continuo de música" es la definición propuesta por la propia banda, y al respecto la elección es drástica, porque veinte de las veintiuna composiciones son instrumentales, constituidas por algunos fragmentos con sustancia rockera ("Surfacing" o las dos partes de "Allons-y", entre ellos) pero también por largos pasajes que apenas son paisajes, por introducciones que anteceden a otras introduccciones, por solos de batería como "Skins" y por ademanes experimentales, como la incorporación de la voz de Stephen Hawking en "Talkin' Hawkin'".

Pero adentrarse en la audición permite encontrar también de alguna forma retazos del catálogo de canciones históricas de Pink Floyd. Pasa muchas veces al interior del disco. "It's what we do" trae el mismo aire espacioso inicial de "Shine on you crazy diamond". El arranque y luego el solo de saxo de "Anisina" configuran un modo automático de trasladarse a "Us and them", así como la batería de "Skins" remite también directo a "Time", entre otros ejemplos. Y no sólo son canciones, son también los timbres que manejan el baterista Nick Mason y el guitarrista y cantante David Gilmour como referentes históricos del grupo a bordo, tras el alejamiento del bajista y cantante Roger Waters en 1985 y la muerte del tecladista Rick Wright en 2008. La guitarra de Gilmour siempre fluida en los solos es un elemento constitutivo de esta música, tal como los sonidos de sintetizadores y órganos que caracterizan el desempeño de Wright, en especial en "Autumn '68", a quien este disco está dedicado por lo demás.

Lo determinante es que la forma en que aparece la dimensión de la canción en Pink Floyd aquí es por la vía de la cita o incluso del espejismo, más que por la dinámica de un "disco nuevo" propiamente tal. En ese sentido es del todo consistente que el origen público y conocido de The endless river sea el resultado de haber vuelto sobre el material que quedó inédito tras la publicación, hace veinte años, del disco The division bell (1994). Y no habrá más. Éste no sólo es el más reciente disco de Pink Floyd. Sí vale definirlo como "el último disco" del grupo, como lo han presentado Gilmour y Mason, y así adquieren sentido tanto el tributo póstumo a Wright como la canción "Louder than words", donde hacia el final Gilmour practica un resumen autobiográfico de la banda bastante aparente, en versos como "We bitch and we fight, diss each other on sight (…) but this thing we do is louder than words", en los que se hace cargo de las pugnas que definieron la marcha del grupo.

Por razones como éstas, por el reciclaje, por la revisión, en último término The endless river opera como una mirada retrospectiva, pero parcial. Sí es música progresiva, no hay canciones memorables. A diferencia de las composiciones instrumentales y hasta orquestadas que es posible encontrar en discos tempranos como Ummagumma o Atom heart mother, del '69 y el '70, hoy la música progresiva de la banda no resulta tan "difícil", compleja ni menos críptica en términos armónicos y rítmicos. Y si no hay canciones es por opción: "Louder than words" es la única pista con voz y no llega a las cumbres del catálogo del grupo, cuyos trabajos más universales son ejemplos de cómo pueden convivir y retroalimentarse del mejor modo en un disco la ambición y la canción. No importa que seas Pink Floyd incluso, es difícil estar al nivel de Pink Floyd, sobre todo a la altura de las últimas palabras antes de pasar para siempre a la historia.

David Ponce

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