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Spiniak: "No tengo amigos políticos"

En una conversación descarnada y sorprendente, el empresario habla por primera vez a un medio de comunicación desde que fuera detenido el 30 de septiembre. Si bien reconoce que son ciertas muchas de las cosas que se dicen sobre sus fiestas, niega que haya habido muertes o abuso de menores. "A mí me gustaba la gente mayor, no sé con qué fin han metido a esos niños en esto", asegura. Aquí cuenta la historia de cómo después de ser un hombre normal durante 45 años se convirtió en un ser irreconocible.

02 de Noviembre de 2003 | 08:42 | Sergio Espinosa y Eduardo Sepúlveda, Reportajes de El Mercurio
SANTIAGO.- Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once. Once puertas hay que cruzar dentro de la Cárcel de Alta Seguridad para enfrentarse cara a cara con Claudio Spiniak, el hombre que, sólo durante el último mes, ha sido nombrado en más de 400 artículos periodísticos. Contradiciendo aquello de que "toda publicidad es buena", esta enorme avalancha informativa ha conseguido que el empresario aparezca ante la opinión pública como uno de los villanos más despreciables de la historia policial reciente. La suma de todos los males y de todos los malos: como si algo tuviese de "El Tila", algo de Cupertino Andaur, algo del "sicópata de Alto Hospicio". Claro que, a diferencia de los otros tres, Spiniak estudió en el Grange, luego Ingeniería Comercial en la Universidad Católica y llegó a tener una pequeña fortuna superior a los diez millones de dólares.

Antes de la entrevista nos comentan que podremos conversar un par de horas con él. Probablemente sentados en una pequeña mesa plástica, solos, en la sala de visitas del recinto penitenciario que alberga a los reos más peligrosos del país. Eso suena bien, y mientras atravesamos una y otra reja, una y otra puerta blindada, subimos y bajamos escaleras, recorriendo oscuros pasillos subterráneos, nos imaginamos el encuentro. Esperamos el momento en que lo saludaremos y estrecharemos su mano. No como un gesto de afecto, ni de fría diplomacia, sino esperando que ese contacto sea el instante inaugural del reporteo. Una mano helada, tibia, sudorosa, escurridiza, blanda, firme, franca puede decir más que un par de respuestas quizás preparadas previamente.

Pero no es posible. Desde hace diez días, inmediatamente después de que la diputada Laura Soto pidiera que se tomaran medidas especiales de resguardo para Spiniak - porque alguien podría atentar contra su vida o él autoeliminarse- , Gendarmería cambió todas las condiciones de su encierro. Le retiraron el televisor que tenía en su celda, nunca más le permitieron leer un periódico, se prohibió que le llevaran alimentos o, incluso, cigarrillos desde el exterior, y en las noches debe intentar dormir con un foco sobre la cabeza para que la cámara que lo vigila las 24 horas del día no pierda visibilidad.

- ¿Ha pensado en suicidarse?

- Nunca. No soy suicida, aunque siempre he estado preparado para la muerte. Ya llegará el día... Pero no ahora, menos aún cuando tengo mi verdad y sé que se va a imponer con el tiempo, tarde o temprano. No quiero dejarles a mis hijos una herencia como ésta.

El diálogo se produce por medio de un citófono. Porque la primera nueva restricción para Spiniak es no recibir visitas sino a través de un locutorio. Una bóveda hermética dividida en dos por un grueso vidrio blindado y oscuro. De los cinco sentidos disponibles, sólo resultan útiles dos: la vista y el oído. Pero para el dueño del exclusivo gimnasio "Go" todo esto da lo mismo. Nadie lo ha venido a ver desde que cayó detenido en un espectacular operativo el 30 de septiembre.

- No he tenido contacto con nadie de mi familia ni me han hecho llegar mensajes, dice, sin que se le mueva un músculo de la cara. Su expresión es neutra. No hay ira, ni pena, ni angustia.

Unos minutos atrás, cuatro gendarmes lo habían hecho entrar a su lado del locutorio. Caminó despacio, dando pasos breves, tan cortos como los de una geisha, ligeramente encorvado, con los brazos colgándole hacia adelante. Como si grilletes invisibles le conectaran las muñecas con los tobillos a través de una rígida cadena. Quizá sea la costumbre, porque cada uno de los días previos ha debido trasladarse de ese modo (pero con esposas reales en pies y manos) a declarar al tribunal.

- Es medio absurdo el sistema, porque lo ponen a uno en un calabozo desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, y pueden pasar todas esas horas antes de que me tomen declaración, sentado en una silla; no es lo más agradable.

En una ocasión, llegó a prestar testimonio ante la jueza Eleonora Domínguez - quien fue más tarde reemplazada por el ministro en visita Daniel Calvo- en esa situación de semi inmovilidad. Pero su rostro no reflejaba molestia ni aflicción. Sino que una sutil sonrisa se le escapaba de los labios. La magistrada pensó que Spiniak, en un gesto de insólito sarcasmo, se burlaba de los tribunales chilenos. En vano intentaron los defensores del empresario e incluso un siquiatra explicarle a ella que el incidente no tenía nada que ver con una falta de respeto, sino que retrataba con nitidez el rasgo más desviado y patológico de su personalidad. Él es, comprobado clínicamente (ver artículo aparte), un masoquista y, como tal, le produce placer que lo sometan, que lo humillen.

- ¿Cómo se siente, aquí, preso, en la Cárcel de Alta Seguridad?

- En general, bien. El trato ha sido deferente. Todo bien. Pero en los últimos días me he sentido mal con todo este show que me ha afectado a mí y a mi familia.

La respuesta no deja de ser sorprendente. En esta entrevista, más que una defensa de Spiniak, esperábamos una confesión. Después de ver noticiarios y leer diarios durante un par de semanas, todo lo que se dice de él parece irrefutable. Y si bien Spiniak reconoce muchas de las cosas de las cuales lo acusan, hay otros cargos que niega terminantemente.

- Me indigna que se hable del "Caso Spiniak" y del "Caso Pedofilia".

- ¿Por qué, acaso no se considera un pedófilo?

- Nunca he estado en un caso de pedofilia, yo estoy procesado por estupro.

Dice esto de manera tajante, pero nada en él exhibe esa indignación. Apenas frunce un poco el ceño o abre un poco los brazos. Un cóctel de ocho fármacos que ingiere diariamente le permiten estar así, relajado, y sin los síntomas de la abstinencia a las drogas. Porque también es, clínicamente, un cocainómano sintomático. "Con los remedios está como emocionalmente anestesiado", explica uno de los siquiatras que lo han evaluado en los últimos meses. Quizás por eso o porque ha debido contar su historia muchas veces, a sus abogados, a los médicos, a los jueces, su relato fluye monótono, sin énfasis.

- Sé que hice cosas que para muchos pueden estar fuera de lo establecido, pero nunca he forzado a nadie a hacer nada que no quiera. En el último tiempo, lo que me producía adrenalina y excitación era yo ser sometido. Se habla de fiestas con más de 10 personas, pero la verdad no eran fiestas, yo hablaría de reuniones, porque no éramos más de cuatro personas. ¿Sirve de algo esto?

Spiniak nos muestra el citófono desde el otro lado del vidrio. Ya nos dimos cuenta de que si hablamos con un tono de voz ligeramente alto podemos escucharnos a través del vidrio. El ingeniero aprovecha la interrupción para darse vuelta y pedirle a un cabo de Gendarmería, que está de pie junto a la puerta de acero, que le convide un cigarrillo. El funcionario sale de la habitación y vuelve con una cajetilla de Viceroy corriente. Le ofrece uno y se lo enciende. Vuelve a salir, pero dejando la puerta semi abierta. Como la instrucción superior es que el recluso no puede recibir absolutamente nada que provenga del exterior, el tabaco que fuma se lo financiaban hasta hace unos días sus custodios, que hacían una pequeña colecta entre ellos para solidarizar con Spiniak, su único prisionero, porque la otra norma es que esté aislado del resto de la población penal.

Ahora el empresario está fumando, sosteniendo el cigarro con sus largas y huesudas manos, tan delgadas como el resto de su cuerpo. Viste descuidadamente, con una polera roja a rayas que deja caer fuera de sus jeans. Lleva una barba de dos días. Cuenta que también le quitaron la máquina de afeitar y sólo se la llevan para que se rasure ante la atenta mirada de un gendarme.

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