CIUDAD DEL VATICANO.- El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado en 1854 por el papa Pío IX, y con él la Iglesia afirma el nacimiento de María inmune del pecado original.
El dogma establece que María fue preservada inmune de toda mancha del pecado original y al mismo tiempo permaneció inmune de todo pecado personal durante su vida.
El 150 aniversario de la proclamación del dogma, que se conmemora este año, fue recordado solemnemente hoy por Juan Pablo II con dos eventos: una ceremonia en la Basílica de San Pedro por la mañana, y la tradicional visita a la estatua de la Virgen ubicada en la céntrica plaza de España, por la tarde.
Esta visita, con ofrenda floral, es una cita que se repite desde hace 26 años, y a la que el octogenario pontífice no ha querido faltar tampoco este año, hasta el punto de haber invitado a romanos y peregrinos a participar en ella durante el el Angelus recitado esta mañana.
En la base de la definición dogmática existe un presupuesto teológico según el cual María, descendiendo de Adán por natural generación, tendría que haber contraído el pecado original, como todos los hombres.
Sin embargo, ella fue objeto de un particular privilegio para ser "el digno hogar de Dios": si todos los hombres son liberados del pecado original por el Cristo Redentor después de haberlo contraído, la Virgen fue preservada de contraerlo.
Esta única excepción a la ley común fue definida solemnemente por la Iglesia como revelada por Dios y, por este motivo, contenida en las fuentes de la Revelación.
En la historia de los dogmas, el de la Inmaculada Concepción tiene una particularidad que lo hace único: su definición por obra de Pío IX, en 1854, no nace de la aseveración de la Escritura o de la tradición más antigua sino de la profundización del "sensus fidelium", en particular del culto mariano muy difundido, y del Magisterio.
La Inmaculada Concepción es una festividad del año litúrgico que, a veces, ha sido y es entendida por los fieles de una manera no correcta, al confundirse con la concepción virginal de María y no con la ausencia de todo pecado desde el instante en que fue concebida, según el dogma.
Interpretaciones y orígenes
El dogma de la Inmaculada Concepción constituye también un punto de fricción en el diálogo interreligioso, particularmente con los protestantes y los ortodoxos.
Estos últimos, si bien reconocen una sustancial unidad con Occidente respecto al misterio de la madre de Dios, tienen dificultades a aceptar el dogma, al menos en la formulación definitiva de 1854, en cuanto contiene expresiones que parecen suponer una acción arbitraria de Dios.
Los protestantes, en cambio, rechazan la definición porque no está fundada en referencias claras y ciertas de las Sagradas Escrituras y, sobre todo, porque el dogma colocaría a María fuera de la realidad del pecado, propia del hombre, y Jesús no sería más el Salvador.
A esta objeción la Iglesia católica ha respondido con la Lumen Gentium.
La vivacidad del culto mariano fue lo que llevó a Pío IX a afrontar la cuestión de la Inmaculada Concepción en vista de una definitiva proclamación del dogma, que llegó después de un articulado, y no siempre fácil, trabajo de mediación y síntesis.
En Occidente, la fiesta de la Inmaculada Concepción (el 8 de diciembre) solía llamarse la Fiesta de los Normandos, porque exide allí la habían llevado a Normandía e Inglaterra.
Modernos estudios litúrgicos demostraron, en cambio, que el origen occidental de la fiesta debe encontrarse en la Iglesia céltica de Irlanda.
Fue el papa Sixto IV quien estableció la universalidad de la fiesta: en 1476 publicó una bula con la que decidió las mismas indulgencias concedidas por sus predecesores para la fiesta del Corpus Domini. Clemente XI, por su parte, impuso la fiesta de precepto, a toda la Iglesia.
