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Cardenal Errázuriz hizo un llamado a imitar la generosidad de Cristo en esta Navidad

Instó a los chilenos a no quedarse en los regalos y convertirse en portadores de amor, reconciliación y paz. Valoró pasar esta fiesta en compañía de la familia recordando el nacimiento de Jesús.

24 de Diciembre de 2007 | 21:42 | Rossana Santoni-El Mercurio Online

SANTIAGO.- En su mensaje de Navidad el Cardenal Arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz instó a los chilenos a destinar, en esta celebración, “nuestro amor y nuestras acciones” para ir en ayuda de los niños, los trabajadores y los rostros de la pobreza de nuestro país, de la misma manera en que Cristo se preocupó de los más desvalidos.


“Jesús nació para sonreírle al mundo y, despertar así nuestra capacidad de amar y de servir, saciando toda sed de verdad y de bien. Ante su cuna, por así decirlo, palidece la violencia, se desvanece el egoísmo, se esfuma la mentira y la maldad. No vino a engañarnos ni a oprimirnos”, dijo el cardenal.


En la misa del Gallo, que se celebró esta noche en la Catedral Metropolitana, Errázuriz recordó el significado que tiene el nacimiento de Jesús en Belén para los cristianos como un hecho histórico que marca un nuevo comienzo.


“El Hijo de Dios quiso hacerse pequeño, ser hermano nuestro para abrirnos los caminos de la alegría y la felicidad, para servir a la vida, la verdad y la paz”, manifestó el prelado.



El cardenal comenzó su mensaje navideño recordando su experiencia personal al visitar varias ciudades del mundo durante el 25 de diciembre y constatar que en ellas los “gobiernos hacían todo lo posible por borrar las huellas del cristianismo”.


“Así y todo, el 25 de diciembre aún era un día festivo. Del nacimiento de Jesús no quedaba ni Jesús, ni su madre María, ni José. Pero todavía resonaba algo, un eco de lo que surgió en Belén. Celebraban la fraternidad, la paz y a veces la familia, cuando permanecía unida y se le permitía tener a sus hijos en casa. Cuando los separaban, a pesar del día huecamente festivo, la tristeza inundaba los corazones. En las calles vacías, unos pocos hombres se tambaleaban; también mujeres. Habían bebido en exceso porque no le encontraban sentido a la vida”, relató.


Ese mismo contraste entre las celebraciones en familia y aquellas personas solitarias en las calles, es lo que, según afirmó monseñor, podemos observar en Chile.


“Sabemos del nacimiento de Jesús en las afueras de la ciudad de su antepasado el rey David, pero si nos preguntásemos, precisamente en los días anteriores al 25 de diciembre, qué cosas, qué personas, qué acciones son las más importantes; con frecuencia olvidaríamos el misterio del nacimiento de Cristo en Belén. Es más, tantos intereses ajenos a él, casi acallan su trascendencia para nuestra vida”, dijo.


Sin embargo, pese a las preocupaciones materiales y la actividad febril, Errázuriz destacó que, “casi como por un milagro, al anochecer del día 24, las calles se tranquilizan, los templos se llenan. Muchas celebraciones ocurren en las afueras, también en la calle. La gente acude masivamente a recordar el acontecimiento de Belén. Vuelven los villancicos, y con ellos nos asomamos nuevamente a vivencias de nuestra infancia. La mesa convoca a la familia”.


Esa compañía fraterna en torno al nacimiento de Cristo, implica un retorno a la paz y la alegría, afirmó el cardenal. “Nadie desea ser causa de disgusto o de discordia. La casa quiere ser un espacio interior que prolongue la atmósfera de Belén. Muchas familias suelen iniciar la comida o la celebración, orando y leyendo la narración del Nacimiento en el Evangelio de San Lucas”, apreció.


Una vez que Jesús nace, “al contemplarlo, nuestros valores y motivaciones se transforman. Ni los proyectos ni los fracasos de los grandes de este mundo atraen nuestras miradas y nuestros sentimientos, sino la sencillez y la sonrisa de un niño recién nacido”.


Al finalizar la homilía, Errázuriz valoró el gran regalo que Dios Padre nos hizo hace dos mil años al entregarnos a su Hijo y enviarlo al mundo.


“Él desata en muchos hogares el cariño de un regalo modesto o de un río de regalos para los familiares. Desata también la generosidad de incontables cajas de Navidad y de otros dones”, valoró el cardenal, quien hizo un llamado a ir más allá de los regalos materiales y motivó a los chilenos a “imitar la generosidad de Dios y convertirnos nosotros mismos en un don suyo para los demás, en un don de amor, de reconciliación y de paz. Podemos hacerlo en estas celebraciones, promoviendo la justicia, la misericordia y la paz. Y seguramente alguien, en su soledad y pobreza, nos está esperando. Seamos como Jesús para los pastores de Belén: un don de Dios, sobre todo para nuestra familia y para cuantos nos necesitan”.

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