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Explosiones de gas acompañaron el sueño de los habitantes de Concepción

Se produjeron tras los incendios registrados ayer en la ciudad. El miedo y la sensación de inseguridad predominan en lugares como Concepción, Coronel, Lota, Arauco y Llico, en la Octava Región, que imploran por mayor presencia militar en la zona.

02 de Marzo de 2010 | 09:40 | Por Leonardo Núñez, enviado especial a Concepción
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Cristian Carvallo, El Mercurio

CONCEPCIÓN.- Con la explosión de balones de gas en el centro de la ciudad, Concepción intentó conciliar el sueño. Tras cuatro días sin luz, con poca agua y comida y soportando con los dientes apretados las continuas réplicas, los penquistas que viven en esta parte de la ciudad tuvieron que abandonar sus casas por un incendio intencional en un tienda La Polar, el que provocó el calentamiento de los cilindros.


¡Trunk!, ¡trunk! sonaban los balones durante la noche. Para evitar mayores tragedias, carabineros obligó a que las familias cercanas al incendio dejaran sus casas.


No era fácil la decisión: pernoctar a la intemperie, entre hogares y edificios destruidos, y con la posibilidad de sufrir saqueos, sólo significaba aumentar la sensación de falta de seguridad: un bien tan escaso como la comida y agua en los días posteriores al terremoto.


El miedo es la otra cara de la moneda en esta tragedia. Quizás no se pueda medir en raciones de alimento, pero es tan real como los muertos y las casas y edificios en el suelo.


Y anoche hubo otra jornada de espanto: se decretó estado de sitio y por las calles circulaban militares armados en vehículos pesados. Se escuchaban disparos acompañados de los ladridos de perros. Dormir así es una bendición.


La sensación de miedo e inseguridad no sólo lo comprobamos en terreno en Concepción, también en lugares tan disímiles como Coronel, Lota, Arauco y Llico. "Se han robado todo", denunciaban las personas que conversaron con nuestro medio al llegar a estos pueblos.


Ya no queda qué robar


Los saqueos aún son algo que cuesta asimilar, porque los autores de esos ataques no eran extranjeros ni personas ajenas a sus vidas: eran sus propios vecinos o los del pueblo de al lado. Gente con la que se encontraban en misa, en un partido de fútbol, o que compartían sus mismas costumbres, cultura e identidad local.


Carmen Renfro, en Coronel, frente a cuya casa humeaba un supermercado Santa Isabel quemado tras su saqueo, contaba su experiencia con los pelos erizados: "Desde las 12 de la tarde (del domingo), hordas de personas bajaron de los cerros y arrasaron con todo, con el supermercado, con las tiendas de muebles y con las casas sin dueño. ¿Pero por qué quemaron el supermercado?".


Poco antes, un militar y un carabinero, ambos con armas desenfundadas, nos aseguraban que desde las 12 de la tarde se había decretado toque de queda en Coronel y Lota, información que desmintió el gobierno, pero que ante las huellas de estos saqueo generan dudas de si verdad existió la orden, o si fueron los propios funcionarios a cargo de la seguridad en Coronel y Lota quienes esparcían el rumor para contener el pillaje incontrolable.


En los cinco pueblos visitados, sus habitantes se lamentaban de lo mismo: "Ya no queda qué robar, se lo llevaron todo. La gente se quita las cosas entre ellas", nos relataba una angustiada madre en Lota.


En esta ciudad fuimos testigos directos de la anarquía: en el centro del pueblo, cerca de 300 personas se robaban todo lo que encontraban a su paso: comida, cervezas, vinos, pañales, pedazos de reja y las cosas más inimaginables.
  
"¿Dónde están los militares? Tienen que mandar militares para que pongan orden", nos gritaban al paso de la camioneta en que nos movíamos hacia Lebu. Los pobladores están aterrorizados por la caótica situación, caminan con miedo en la calle y gran parte ha preferido quedarse encerrado antes que enfrentarse a la gente alterada.


200 casas arrasadas en Llico


Lamentablemente no pudimos llegar a Lebu, destino que debimos cambiar por las grietas en la carretera.


Por eso optamos por ir a Llico, un pueblo de pescadores que, según decían, había sido arrasado por una ola gigante. Descripción que resultó peor de los que nos relataron: el mar entró un kilómetro hacia la costa, arrasó con cerca de 200 casas y la mitad de una flota de 40 botes del muelle.


"Nosotros nos salvamos porque pasamos la noche en el cerro", explicaba Héctor Jerez, director de la junta de vecinos de Llico. "En la radio dijeron que no venía tsunami, pero no creímos porque las personas mayores siempre nos contaron que si había terremoto, teníamos que ir a los cerros".


La precaución los ayudó, porque sólo la vida de un adulto mayor se perdió, luego que cerca de las 7:30 horas, una ola de un metro ingresó arrasando con todo.


Claro que para lamentarse no han tenido mucho tiempo los 1.000 habitantes de Llico. Al día siguiente del terremoto, aseguran que pescadores de otra caleta vecina aprovecharon el abandono del pueblo para robarse motores, trajes de agua y todo lo que tuviera valor.


Por eso, decidieron hacer guardia y cerrar los accesos a la caleta. La misma escena se repetían al entrar la noche a los pueblos y en la misma Concepción: se bloquen los pasajes con escombros y se hace guardia con palos y machetes.


La autodefensa es lo único que pueden hacer las personas mientras llegan los militares que tanto ha anunciado el gobierno, pero que aún no se ven en los pueblos más pequeños de la octava región. Por eso la pregunta ya empieza a causar indignación: ¿Dónde están los militares? ¿En qué están quienes deben protegernos en estas tragedias?