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Niños dejan el colegio a la espera del rescate de mineros en yacimiento San José

Hace más de un mes y medio que no asisten a clases y repasan las materias con un profesor enviado por un municipio. Sus padres y abuelos no quieren que pierdan el año.

20 de Septiembre de 2010 | 16:45 | AFP
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El payaso Roly junto a algunos familiares de los mineros.

El Mercurio

MINA SAN JOSE.- "Yo llegué el día después del accidente y desde entonces estoy aquí", cuenta orgullosa Marion, de 8 años, quien espera que sea rescatado su abuelo, uno de los 33 mineros atrapados desde el 5 de agosto en el yacimiento San José. Como ella, muchos otros niños cambiaron las clases por las carpas del campamento Esperanza.

Marion es alumna del colegio Arauco, de La Serena, a unos 400 km de la mina San José, y hace más de un mes y medio que no acude a clases.

Su abuela, Lilian Ramírez, explica que su nieta no ha podido ir al colegio desde que su abuelo quedó atrapado porque su familia se trasladó en masa al campamento montado en las afueras del yacimiento y "no teníamos con quien dejar a los niños". Junto a Marion esperan sus dos hermanos menores.

La situación preocupa a su familia, que pidió al colegio enviar el temario para repasar las materias con un profesor que visita el campamento regularmente para ver a los niños, enviado por un municipio cercano a la mina.

Se pidieron al colegio "los temarios de los niños para que el profesor que está en el campamento los avance" y no pierdan el curso entero, cuenta su abuela.

Marion y varios más en el campamento

Como Marion hay otra decena de niños que están allí de manera permanente y no han regresado al colegio. En este último fin de semana largo (con cuatro días feriados por el Bicentenario de la Independencia) el número de menores subió a 25.

Arturo, de 4 años e hijo del minero Víctor Zamora, no acude a clases desde el día del accidente, pero se apronta a retornar. "Mañana (martes) lo llevo al colegio, porque si no le va a caducar la matrícula", dice a la AFP su madre, Yessica Cortés.

Sin clases, los niños se dedican a jugar y alegrar el campamento.

Lizette Gallardo, de dos años, y su hermano Bastian, de seis, despiertan temprano y caminan con los ojos aún pegados hasta el comedor provisional de los familiares, frente a su carpa, donde se sientan en las largas mesas junto a policías y funcionarios a desayunar mientras miran la televisión.

Después les toca el aseo: su mamá llena un balde con agua y los hace pasar uno por uno para lavarles el pelo. Bastian se queja. Lizette, en cambio, aprovecha para bañar también a su muñeca.

El polvo y el calor azotan a los pequeños con más fuerza que a los mayores. Para combatirlo, Marion y sus amigas, Anaís Araya y Paloma Benítez, corren tras el camión cisterna que transporta el agua potable para el campamento, y que moja el camino para que no se levante más polvo.

A los pocos minutos, aparecen con toda la ropa mojada en la carpa de sus padres, que ya no se desesperan.

Otros niños y niñas recuperan juegos más clásicos y rudimentarios, como las canicas (bolitas), la peonza o trompo, los volantines (cometas) o las carreras de sacos.

Magos, animadores y voluntarios se han acercado a la mina para distraer a los niños.

Y está el payaso Roly, quien llegó hace una semana al campamento para entretener y cuidar de los más pequeños. Bajo su batuta se preparan concursos y carreras, y los niños lo persiguen para que éste les preste su disfraz de payaso.

Su verdadero nombre es Rolando González, y ya tiene experiencia en campamentos: tras el terremoto y el tsunami que arrasaron el sur de Chile el pasado 27 de febrero, acudió en busca de las risas de los más pequeños en pueblos destruidos como Constitución o Pelluhue.

González reconoce en la mina San José "el mismo dolor y la misma preocupación que tenían los niños tras el terremoto".

El payaso, que vino por su cuenta, dice haber aprendido mucho de las familias en estos últimos días, y se lleva consigo varios recuerdos: una camiseta que le envió uno de los mineros, dos cartas que le enviaron desde las entrañas de la tierra y tres "hijos adoptivos", como llama él a sus preferidos.

La última carta se la envió el minero José Ojeda, quien le agradece su labor y le dice: "A veces es difícil hacer reír, pero hay que salir e intentarlo. La risa es un remedio infalible".

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