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La historia de Edgardo Naín, el sepulturero más antiguo del Cementerio General

Lleva 52 años trabajando en ese camposanto y ha ayudado a enterrar a personajes tan ilustres como los presidentes Salvador Allende, Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva, y también el poeta Pablo Neruda.

01 de Noviembre de 2013 | 14:23 | Por Leonardo Nuñez, Emol
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Edgardo Naín ha enterrado a políticos como Jaime Guzmán, Gladys Marín y los Presidentes Jorge Alessandri, Salvador Allende y Eduardo Frei. ''No importa donde nacimos, todos llegamos donde mismo'', dice el sepulturero del Cementerio General.

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SANTIAGO.- El sepulturero Edgardo Naín (69) lleva 52 años trabajando en el Cementerio General y después de tantos años cavando tumbas en el camposanto, asegura que nunca le ha temido a los muertos ni a la muerte.

Hoy cuando se celebra el Día de Todos los Santos, el silencio de su trabajo se interrumpe por las miles de visitas que recibe el recinto ubicado en avenida Recoleta. Aunque él advierte que actualmente son muchos menos los deudos que vienen a ver a sus familiares fallecidos. "Antes venían más de un millón de personas en estas fechas, hoy son poco más de 600 mil", señala.

En medio de una romería de funcionarios de la Fuerza Aérea de Chile, que homenajean con música de orquesta a los compañeros que ya partieron, cuenta que con sus brazos y dos sogas, una para la parte superior y otra para la parte inferior del féretro, ha ayudado a enterrar a personajes tan ilustres como los presidentes Salvador Allende, Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva, y también el poeta Pablo Neruda.

Es difícil que se conmueva por una "sepultación", aclara Edgardo. "Tengo sangre fría. De cabro chico andaba sólo por ahí. Con 16 años trabajaba de ayudante de garzón en el Club de la Unión. Me había ido de mi casa en Temuco. Me enojé con mis jefes y llegué sin experiencia al cementerio. Primero fui abridor de tumbas, después empecé a cavar en la tierra y a hacer reducciones, aprendí mirando. Nunca tuve problemas con eso".

Sin embargo, recuerda que en dos ocasiones su "corazón duro" se puso a prueba. "En 1966 murieron tres bomberos en acto de servicio. Chocaron cerca del cementerio. Iban a apagar un incendio. Fue un funeral masivo, muy bonito, de tres voluntarios que dieron su vida por ayudar".

El otro "entierro" que se le viene a la memoria fue sólo tristeza. "Una vez llegó un papá con tres niñitos, el bebé en brazos, y nadie más. Traía a su señora a la sepultación. No cualquiera aguanta eso. No tenían a nadie en Santiago porque eran de provincia. La señora murió en el hospital. No conocían a nadie, no tenían plata, no hallaban qué hacer. Los funcionarios nos fuimos conversando con él. Al papá le dijimos que tenía que ser fuerte y seguir luchando. Gracias al cementerio, que le dio el terreno, pudo enterrar a su mujer. Era la forma de ayudar a los menos pudientes. Por suerte hoy existe la acción social, las municipalidades y mutuales pagan los funerales. Las fosas comunes ya no se usan".

Su trabajo en este medio siglo no ha cambiado mucho, dice Edgardo. Se sigue necesitando la fuerza de los brazos para bajar los féretros a sus respectivas tumbas. Hay poco espacio entre las lápidas para usar máquinas que ayuden a la tarea y siempre está el riesgo de dañar mausoleos con personajes insignes de la historia del país.

En el caso de los sepultureros, guiar a los deudos con el féretro debe hacerse sin contratiempos ni errores. Y no es fácil en un terreno de 700 hectáreas, 169 patios, 112 galerías, medio centenar de pabellones y miles de muertos.

Lo que sí ha cambiado y "para peor", son las conductas de los chilenos al momento de despedir a un familiar o amigo. "El respeto de la gente no es el mismo. Recuerdo que se venía a un funeral bien arreglado, respetuoso, no riéndose. La gente se persignaba. Ahora no están ni ahí que alguien fallezca, van leseando, burlándose, incluso salen disparando. No respetan ni a la familia. Nosotros no podemos hacer nada, nos empujan y hasta nos han tirado puñetes cuando pedimos respeto".

Pese a que ya superó hace años la edad de jubilar, Edgardo Naín dice que seguirá trabajando. "Si me voy, la pensión no me alcanzará para nada", explica.

Sobre su trabajo, dice que todos estos años le han dejado una reflexión que le gustaría compartir. "Los chilenos no están preparados para la muerte. Cuando se va una persona de edad, los familiares descansan. Pero cuando le toca a un hijo, o un papá que es joven, es difícil procesar eso. Nos falta más preparación. Hay gente que se echa a morir, que pierde todas las ganas de seguir adelante. Es que nadie quiere que uno se muera, la familia quiere que uno sea eterno. Pero eso es imposible, no hay que tenerle miedo a la muerte".

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