Sentada esperando.
No me imagino eso hoy.
Sentada un poco antes de las doce de la noche, en plena cuneta de la calle Nevería. Había comprado mi entrada antes, mucho antes. El resto no, el resto espera siempre hasta el último momento para comprar todo.
Yo había ofrecido ir, que me pasaran la plata, y comprarles su entrada para la fiesta del estadio. Nadie me quiso escuchar y por lo mismo, yo estaba sentada en aquella cuneta sola, media enojada y esperando.
Esperando que la Lore y la Paz compraran sus entradas en una cola que llegaba hasta Apoquindo. Larga, interminable, llena de gritos.
Esto se veía mal. Yo ya estaba media cansada y con frío.
La cosa se puso peor cuando escucho que la gente empieza a gritar y reclamar con más fuerza. Las entradas, con tal cantidad de gente, habían sido sobrevendidas, por lo que los que realmente teníamos entradas (nosotros), ya estábamos en problemas.
No nos dejaban entrar. El cupo estaba agotado. ¿Agotado el cupo de un estadio? Eso era raro. Me parecía extraño. Eso sí que me enfureció, era injusto, mis amigas seguían en la cola, pero yo, yo tenía que hacer algo.
Divisé a varias personas conocidas, todas habían entrado antes de las once de la noche. Ya eran casi las doce, quince minutos para las doce y yo con frío, una entrada, cara e inservible y las puertas del Estadio Español cerradas.
Esto me asustaba. Quería sentir los cientos de globos que caerían sobre mi cabeza, quería sentir el calor que se formaría con el centenar de personas que rodean un lugar tan grande abrazándose, quería escuchar la música fuerte y la cuenta regresiva de los 10 segundos previos al cambio de año.
Era una fecha importante para mí, súper importante, porque el Año Nuevo anterior lo había pasado en la cama con 40 grados de fiebre y una amigdalitis horrible. Era una de mis primeras fiestas importantes, sintiéndome ya más mujer, más independiente.
Tenía que luchar por entrar. Fue entonces que me paré de la cuneta, fui y tomé a mis dos amigas del brazo y las empujé a que me acompañaran.
-¿Pero Amanda a donde vamos?
-Síganme, dije en tono seguro y enérgico.
Entonces me siguieron. Las llevé a un lado y les mostré una pandereta.
-Vi a unas personas subirse por aquí, nostras haremos lo mismo.
-¿Pero cómo?
-Así, subiéndonos, contesté segura.
Yo pagué mi entrada, la compré hace dos semanas, y no me van a dejar fuera de este lugar.
-Pero no tenemos fuerza, cómo te vamos a subir…
Entonces apareció el galán. Siempre aparecen, no sólo en las películas.
-Amanda, ¿te ayudo?
Las escaladas que aprendí en el colegio no me sirvieron mucho. Estaba tiritona, pero decidida.
-Bueno Mario, agradecería que me ayudaras, le dije al galán.
-La verdad -me confesó- yo estaba igual que tú, y estaba a punto de irme a mi casa, cuando las vi intentando hacer esta locura, así que si ustedes pueden, nosotros también.
Mario era el típico galán, buen alumno, educado, lindo físico, que jamás pero jamás te regalaría ni una sola mirada. Y ahí estaba. Socorriéndonos. Dejando que sus peones, ayudaran a mis acompañantes doncellas y yo, la princesa, siendo subida por el príncipe…
En ese sueño estaba cuando me di cuenta que la pandereta era mas delgada de lo que esperábamos, y en conjunto perdimos el equilibrio… Caímos como un saco de papas, sobre una montonera de arbustos…
Fue entonces, cuando se sienten más gritos desde el lugar del evento y los aplausos, las Botellas de champaña destapándose y los abrazos de feliz año nuevo.
Las doce y yo estaba debajo de Mario, llena de hojas, ramas, algunos rasguños y la vergüenza.
-Amanda -me dijo Mario-. Feliz Año Nuevo.
-Si, igualmente -respondí-. Feliz Año Nuevo.
De los abrazos que he tenido en mi vida, éste se sitúa entre los cinco mejores. No, entre los tres mejores. Sin ofender a nadie, el mejor.
Amanda Kiran