A veces me da por pegarme esos viajes al otro mundo.
Esos viajes para reencontrar los años universitarios cuando mis paseos por la Piojera o el Mercado eran a diario y las caminatas por el barrio Brasil, la calle Maipú, el barrio Concha y Toro eran como ir al cine.
La diferencia era que la entrada era gratis y uno se pasaba sus propias películas en ellos.
La semana pasada hice eso. Fui a hacer deporte, a sacar algunas fotos, a recorrer.
Pensé en ir trotando pero las micros, el aire, todo, era mucho. Así que lo hice en bicicleta.
Quiero hacer una aclaración. Hablo de viajes a otro mundo, y no es en un tono extraño, porque uno ve cosas que a diario ya dejo de ver. Uno vive la realidad de otros como también podría ser ir a "Las Brisas de Santo Domingo" a diario.
Son realidades diferentes. Son otros mundos.
Finalmente no pertenezco a ninguna de ellos pero me gusta apreciarlos y observarlos todos.
Es divertido y además te entregan una claridad y amplitud de percepción para intentar entender con mejor calidad la mente humana y la diferencia entre ellas.
Mientras pedaleaba y transpiraba con un calor horrible, me detuve a sacar una foto.
Me encontraba cerca de Avda. La Paz. Quería aprovechar de ir a las cristalerías La Paz. Siempre encuentro cosas lindas ahí.
En eso, dentro de mi pequeño espacio cuadrado donde cabe sólo lo que quieres ver, pasó una guata, así rápida, nerviosa.
Fue demasiado rápido y seguí con mi ojo, pegado al visor, cuando veo otra seguida de gritos.
-Un ladrón, ese ladrón se lleva mi cartera-.
Decidí quitarme el visor del ojo y mirar al mundo –ahora más real- lo que ocurría.
Y claro, un gordo, canoso, con polera de Chile, valga la redundancia, corría lo más rápido que podía para que el otro gordo, asaltado, no lo pillara.
Era ver al Ché Copete al borde del infarto arrancando de Daniel Vilches al borde de otro.
Dos guatas, que encima traían personas, corriendo por Avda. Recoleta a pleno sol, un martes a las cinco de la tarde.
Me parecía una locura.
Intenté ayudar. Agarré la bici y los perseguí.
Perseguí la secuencia, quise atrapar al malhechor y no estuve tan lejos.
Fui más rápido que ellos, fui con mi bicicleta y doblé por otras esquinas, tomé atajos. Yo conocía los barrios bien, así que tuve la osadía de querer interceptarlos.
Llegué a la calle a la cual yo creía aparecerían.
Esperé, esperé más, seguí esperando cuando decidí avanzar un poco...
Ahí estaban en un callejón, más pequeño, más callado, muy tranquilo.
"Tranquilo" para ellos dos al menos.
Estaban los dos, juntos, las dos guatas, malhechor y malherido, juntos.
Amigos, compadres, socios.
Juntos miraban la cartera, veían cuánto era el botín, se secaban las gotas de la actuación, de la carrera.
Y yo, yo totalmente fuera de contexto.
Parada sobre mi bici, mirando esta acción que me parecía totalmente increíble.
En un instante veo que las cabezas giran hacia donde me encontraba yo, me miran, y empiezan a caminar, lenta pero audazmente, hacia mi persona.
Miré por el visor, les tomé una foto, di vuelta mi bicicleta y salí andando lo más rápido que pude.
Imposible que Copete y Vilches me agarraran.
Pero mi corazón asustado igual estaba a quinientos, a mil.
Logré salir del pasaje, del barrio y sin darme cuenta ya estaba en la Plaza Italia.
Nadie me seguía, sólo había perdido la tapa de mi cámara y la idea de ser heroína.
Cuando llegué a mi casa me di cuenta lo que había pasado. Me di cuenta que cada diez años los tiempos van cambiando aún más. Me percaté que ya no puedo pasear por donde se me antoje sin ser más precavida y me di cuenta que los súper héroes no existen.
Amanda Kiran